
Tras la caída del gobierno Draghi una vez más aparece Italia en el centro del huracán de la inestabilidad política, no en vano hablamos de la tercera economía en términos de su PIB en la Unión Europea. La maniobra del expresidente Conte (Movimento 5 stelle) retirando su apoyo al gobierno ha provocado el efecto dominó en la coalición del centro-derecha italiano, que ha puesto el ojo en las encuestas que le auguran incluso la mayoría absoluta en unas elecciones.
En febrero de 2021, todas las fuerzas políticas del Parlamento italiano valoraron la crisis de la pandemia como algo excepcional que requería medidas urgentes y extraordinarias. Para llevarlas a cabo necesitaban una personalidad super-partes con prestigio nacional e internacional y comprobadas capacidades técnicas. Ahí llegó la llamada a Mario Draghi. En estos meses, el ya expresidente diseñó una Plan de reformas estructurales (Piano Nazionale di Ripresa e Resilienza) basada en dos ejes: la simplificación de la actividad de la Administración Pública y la libre competencia y apertura de determinados sectores. Pero no únicamente eso, en medio de estas reformas nos encontramos con la guerra de Ucrania, donde Italia ha jugado un papel determinante para decidir medidas concretas contra Rusia a la vez de mitigar los efectos de la escasez energética.
Tras la dimisión de Draghi por falta de apoyos, la llegada de las elecciones en octubre y un gobierno en funciones, solo medidas de carácter urgente de extrema necesidad van a conseguir aplicarse, como las ayudas para el pago de la energía o la reducción de los impuestos en los carburantes. Incluso la bajada del IVA en productos de alimentación y farmacéuticos podrían tener cabida. Pero lo que morirá antes de nacer es un verdadero plan para reformar el país que había correctamente señalado sus males endémicos para competir con Francia y Alemania: la burocracia de su administración y los lobbies de determinados sectores y su consecuente falta de libertad económica.
Actualmente las encuestas dan mayoría para formar gobierno a la colación de Forza Italia, Lega y Fratelli d'Italia. Salvo terremoto interno será Giorgia Meloni la que hará frente al centro-izquierda de Enrico Letta y al Movimento 5 Stelle del expresidente del gobierno y predecesor de Draghi, Giuseppe Conte. El discurso euroescéptico con raíces populistas de la candidata es lo que está ya asustando tanto a nivel económico como político. Populista, porque ella misma sabe que muchas de las medidas que plantea van a ser imposibles de llevar a cabo. Sin embargo, la dirección de la alianza del centro-derecha, no va en esa línea. La prueba de ello son los nombres que suenan ya en el partido como ministros: el "ex" Giulio Tremonti o el administrador delegado de Banca Intesa Carlo Messina en Economía, el casi cercano al centro-izquierda Luca Ricolfi para Trabajo y la misma moderación para Justicia. Solo un voto contundente y de castigo de los italianos a la rotura de la estabilidad podría dar un vuelco y dar posibilidades al centro-izquierda (se ha mantenido leal a Draghi) pero siempre tendría la necesidad de pactar a derecha o con el populismo del 5 Stelle, experiencia esta última de no buen recuerdo para los italianos.
Visto el escenario político que viene cualquier cosa que pueda ocurrir tras las elecciones no va a provocar que Italia sufra una catástrofe económica. La única certeza que sí tenemos es que il bel Paese, una vez más ha decidido no superar sus viejos lastres. Ha perdido la posibilidad de modernizarse en todos los sentidos y la sensación es real porque las medidas de Draghi eran tangibles. Seguramente algún Decreto ya emanado como el de la Libre Competencia incluso se llevará a cabo, aunque de manera parcial rindiéndose ante ciertos lobbies como el del taxi. Una verdadera revolución en el sector público también tendrá que esperar e Italia seguirá siendo Italia, en este caso para desgracia del ciudadano medio o la empresa que tenga que seguir trabajando con la Administración Pública. Su situación no va a empeorar, pero tampoco mejorará.
El futuro que se atisba es el de un país en donde su inestabilidad política es tan previsible que tiene sus mecanismos de autodefensa para que no afecte a su funcionamiento. Se podrá seguir invirtiendo, crear empresas y hacer negocio como hasta ahora. La mala noticia, más para los italianos que para quien tenga interés en invertir en Italia, es la pérdida de la ocasión de vivir un nuevo renacimiento económico como el de los años 60, algo que seguro hubiera venido bien para el resto de Europa.