
Un hito histórico ha marcado el final de la presente semana como es el descenso del euribor hasta las dos décimas negativas. Es muy pronto para considerar que este valor constituye su suelo; al contrario, resulta posible que caiga todavía más ante la expectativa, avivada por el propio Mario Draghi, de que el BCE retome las rebajas de tipos.
La eurozona se sitúa así en el umbral de un terreno nunca explorado en su historia, cuyas consecuencias son difíciles de evaluar. A primera vista, familias y empresas sólo pueden dar la bienvenida a un escenario en el que sus créditos a tipo variable ya concedidos se abaratarán, mientras que la abundancia de liquidez facilita el acceso a nuevos préstamos. Ahora bien, los hogares y las firmas ven también cómo su ahorro pierde valor o que tienen que afrontar nuevos gastos, como pagar por depositar liquidez en los bancos, una carga que cuenta con posibilidades de extenderse a todo tipo de empresas. El crecimiento del crédito nuevo es también muy dudoso, dado que falta un motor clave: una demanda solvente de suficiente envergadura para compensar las amortizaciones en la cartera viva de préstamos.
La persistente caída de los tipos de interés no basta para dar por hecho el acceso al crédito abundante y barato
Es más, los nuevos créditos podrían ser más caros, debido a la necesidad de los bancos de compensar los tipos en negativo con diferenciales más altos. En cuanto al objetivo primordial de la política monetaria expansiva, reactivar la inflación y la actividad económica tampoco pueden darse garantías. El ejemplo de Japón evidencia que los tipos de interés en negativo son compatibles con décadas de deflación y crecimiento casi nulo. La única certeza, por tanto, es que la eurozona afronta una situación anómala que va a alterar las expectativas de todos los agentes económicos.