Opinión

La pedante irracionalidad

Desde los tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el discurso y las prácticas neoliberales han ido hegemonizando el discurso económico, el social y el político. En la actualidad ese pensamiento informa cátedras universitarias, círculos intelectuales y medios de comunicación, de tal manera que se ha convertido en una cosmovisión.

Los gurús de la nueva verdad revelada, ufanos y sobrados de sí mismos, suelen anatemizar a los irredentos partidarios de la izquierda, los DDHH y la Justicia calificándolos de irracionales, quiméricos y fuera del mundo realmente existente. La sacralización del mercado, la competitividad y el crecimiento sostenido es el dogma trinitario en el que se con- densa el triunfo de la optimización de recursos, el PIB como medidor universal del progreso y, sobre todo, la eficiencia económica. Y, sin embargo, hay datos más que evidentes que subvierten la creencia en la racionalidad intrínseca del sistema.

A finales del 2018, el hambre en el mundo se había incrementado hasta llegar a los 825 millones de habitantes. Y de la misma manera se había incrementado la malnutrición infantil en sus dos manifestaciones: el retraso en el crecimiento y la obesidad. Pero el problema no es precisamente la escasez de alimentos. Veamos.

La pérdida y el desperdicio de alimentos (PDA) alcanzan la cifra de 1.300 millones de toneladas, un tercio de la producción mundial. Para cultivar esos alimentos desperdiciados se han necesitado 1400 millones de hectáreas, o sea 28 veces la extensión de España. Y además se han consumido 250 kilómetros cúbicos de agua dulce, un cuarto del total de este recurso limitado. Y junto a ello se han consumido 300 millones de barriles de petróleo. En España, los PDA contabilizan 7,7 millones de toneladas: 169 kilos por persona y año que se tiran a la basura y que muchas de las mismas están en envases sin abrir, porque han caducado. Mientras tanto, las multinacionales como Monsanto, recientemente refundida con Bayer, intensifican la producción de semillas y alimentos con prácticas lesivas al medio ambiente y a los recursos naturales, como el suelo fértil y el agua. O prohíben a los agricultores usar semillas propias para que utilicen las que ellos ponen en el mercado. El mundo no necesita producir más alimentos (se produce un 60 por ciento más de lo necesario), sino mayor racionalidad en la producción, distribución y consumo de los mismos.

Precisamente lo que el mundo necesita es la racionalidad, el rigor económico y el sentido común de los que el capitalismo carece por ser esa carencia inherente a su estructura genética.

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