Opinión

Guaidó y Maduro: tiempos de mudanza

  • La represión crecerá según se produzcan más deserciones en los cuarteles
Juan Guaidó. Foto: Reuters.

De repente, el tiempo político se desbocó en Venezuela. En el mismo país en el que hasta hace pocas jornadas lo más probable era que no pasara nada, ahora cualquier cosa es posible. Muchas cancillerías americanas habían marcado en rojo el 10 de enero, inicio del segundo mandato de Nicolás Maduro, considerado ilegítimo por buena parte de la comunidad internacional y la oposición interna. Pese a esperarse protestas, las expectativas de que ocurriera algo excepcional eran bajas y la creencia extendida era que el chavismo se aferraría a sus sillones.

Pero, en el momento más inesperado, ocurrió un hecho excepcional que cambió todo. El nuevo presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, alzó su voz y la puso, junto con su cargo, al servicio de la causa democrática, con el principal objetivo de sacar a Maduro del poder. Cual descarga eléctrica, su figura transmitió su entusiasmo y abroqueló a la oposición y a buena parte de la sociedad venezolana, sumidas en un período de división y letargo. Voluntad Popular, su partido y el de Leopoldo López, decidió condicionar la agenda a partir de sus propias expectativas, con un importante éxito momentáneo.

Su innecesaria detención e inmediata liberación por los servicios de inteligencia reforzaron su popularidad y en pocos días se convirtió en el gran símbolo opositor, en la figura que la resistencia contra el chavo-madurismo estaba buscando. Los cabildos abiertos que organizó, con gran seguimiento popular, continuaron con movilizaciones masivas en todo el país, ya no limitadas a Caracas, como en 2017. La respuesta del régimen fue violenta, y la represión policial, militar y paramilitar (los famosos colectivos) contra la protesta del 23 de enero se saldó al menos con 20 muertos.

La osadía de Guaidó, antes y después de ser proclamado presidente interino, fue recompensada con un importante reconocimiento internacional. Su jugada precipitó los acontecimientos y abrió las puertas a la esperanza de unos y al temor de otros. Ahora la pelota está en el terreno militar, cuya respuesta en las próximas 48/72 horas puede ser decisiva. De momento, y ateniéndose al guión esperado, la cúpula castrense recalcó su fidelidad a Maduro.

No podía ser de otro modo, ya que la mayoría de los ministros y gobernadores son generales, muchos jefes y oficiales ostentan altos cargos en la administración y se benefician de múltiples prerrogativas, y algunos generales están perseguidos en Estados Unidos por narcotráfico. Esto provoca una estrecha simbiosis entre militares y civiles. Pero, más que ante un régimen cívico-militar, como lo definió Chávez en su momento, estamos frente a un gobierno militar.

Por eso la cúpula castrense no defiende solo a Maduro y su gobierno. Antes que nada, se defiende a sí misma. Pero en esta situación es evidente que ni todo el estamento militar se va a alinear disciplinadamente detrás de Maduro, ni va a apoyar como un solo hombre a la oposición, aunque probablemente las divisiones que emerjan ahonden las grietas que ya condicionan el futuro del chavismo y de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, me temo que solo estemos ante el principio del fin y que habrá que esperar un poco más para asistir a la demolición completa del edificio, en el caso de que esto termine ocurriendo.

En esta coyuntura es muy complicado pensar en un determinado desenlace o en intentar diseñar los escenarios más probables. Cualquier cosa puede suceder en los próximos días/semanas y habrá que ver cómo los diversos actores nacionales e internacionales se acomodan a los nuevos tiempos o incluso a lo que muchos ya perciben como un cambio en la dirección del viento.

La actitud de los militares, inicialmente más individual que colectiva, condicionará el rumbo de la "salida". Es posible que la represión se intensifique al tiempo que aumenten las deserciones y alzamientos en los cuarteles. Pese al optimismo voluntarista de muchos, que imaginan un rápido final, el nudo que atenaza a Venezuela dista mucho de cortado.

La historia reciente de ciertas transiciones de duras dictaduras a la democracia nos debe hacer reflexionar. Lo ocurrido en algunas de las primaveras árabes, como Egipto o Libia, es un mal precedente. De ahí la necesidad planteada por la UE de mantener abiertos canales de diálogo entre los sectores más aperturistas y negociadores, tanto del gobierno como de la oposición.

Podemos estar frente al principio del fin, pero aún es pronto para saber cómo terminará todo. El apoyo militar será decisivo para acabar con el autoritarismo chavista. Sin él, el margen para que Maduro se perpetúe es cada vez mayor. Tampoco sería descartable en un futuro inmediato un enfrentamiento violento entre ciertos sectores castrenses y los colectivos (paramilitares armados) más radicalizados.

El fin puede estar cerca, pero no sabemos todavía cuándo se va a producir ni cómo, ni si habrá margen para una salida negociada y no violenta o la represión seguirá aumentando. ¿Hasta dónde aguantarán los venezolanos? ¿Se acomodarán los militares a los nuevos tiempos? Todo puede ocurrir, incluso que la frustración acabe con muchas ilusiones de ver un pronto e incruento final de la dictadura.

Como diría Churchill, vendrán días de sangre, sudor y lágrimas.

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