
El año comienza con las mismas dudas con las que se despidió 2018. ¿Vamos hacia una recesión o simplemente hacia una desaceleración? Es difícil acertar en la respuesta, teniendo en cuenta que ocho de las diez últimas crisis jamás fueron previstas por los expertos. Hasta el punto de que algunos teóricos definen economista como aquel que mejor predice el pasado.
Pero bromas aparte, los que sí predicen las caídas en la actividad son los mercados financieros. En esta ocasión, todas las recesiones fueron precedidas de un desplome de los valores bursátiles, entre seis meses y un año antes. De acuerdo con esta teoría, y tras el descenso de entre el 15 y el 20% en la mayoría de los parqués mundiales en los últimos meses de 2018, el mundo habría puesto rumbo a la próxima crisis.
Pero aquí también surgen dudas. Las caídas bursátiles son provocadas, en ocasiones, por temores no confirmados. En 2016, las bolsas perdieron alrededor del 15% por temor a que China entrara en serias turbulencias financieras por la devaluación de su moneda, el yuan. Sin embargo, los temores fueron infundados. La economía china se recuperó, la moneda también y la expansión se prolongó hasta nuestros días.
El gigante asiático es, de nuevo, el culpable de la inestabilidad de los mercados financieros. Esta semana, se conoció que el índice Caíxin del mes de diciembre, que mide la actividad de la industria manufacturera, perdió el nivel de los 50 puntos, que es la frontera que separa un periodo recesivo de otro en crecimiento. Para rematar la faena, el capitán de Apple, Tim Cook, aprovechó el miércoles pasado para rebajar en 5.000 millones los beneficios para este ejercicio, a causa de la desaceleración china, lo que volvió a disparar las alarmas en medio planeta.
A la vista de estos acontecimientos, quizá deberíamos responder primero a la cuestión de si la economía china va a entrar en crisis. En recesión es seguro que no, porque crece a un ritmo medio del 6,5%. Los economistas, esa profesión tan denostada, prevén que el crecimiento vaya suavizándose paulatinamente hasta el 6%.
El país asiático atesora aún importantes superávit por cuenta corriente y comercial, su deuda es muy baja para los estándares europeos y sus reservas de divisas permiten seguir devaluando el yuan en apoyo a las exportaciones
Es cierto que la producción manufacturera comienza a ofrecer signos de debilidad y también el consumo, llamado a convertirse en el futuro motor económico, que pasó de crecer a tasas superiores al doble dígito en los últimos años al 8% en los últimos meses.
Consciente del riesgo de pérdida de tracción, el Gobierno de Xi Jinping anunció recientemente más dinero para promover la construcción de infraestructuras, una relajación de la política monetaria para acelerar la concesión de préstamos, junto a unas menores reservas bancarias y una mayor apertura a la inversión exterior.
El país asiático atesora aún importantes superávit por cuenta corriente y comercial, su deuda es muy baja para los estándares europeos y sus reservas de divisas permiten seguir devaluando el yuan en apoyo a las exportaciones. En resumidas cuentas, Pekín cuenta con instrumentos para combatir la desaceleración.
El principal riesgo proviene de la guerra comercial con Estados Unidos. Donald Trump, harto de promesas incumplidas por China, exige que antes del 1 de marzo abra las puertas a sus empresas, que firme los protocolos para evitar la transferencia de tecnología y que respete la propiedad intelectual.
La otra fuente de inquietud proviene del ritmo de subida de los tipos de interés y de la retirada de los 4 billones de efectivo introducidos para combatir la crisis
Los expertos confían en que, con la presión de los datos económicos a la baja, Pekín acceda a las exigencias de Trump, que este viernes se mostró dispuesto a ampliar tres meses más las negociaciones. Eso despeja una de las grandes incertidumbres para este 2019.
La otra fuente de inquietud proviene del ritmo de subida de los tipos de interés y de la retirada de los 4 billones de efectivo introducidos para combatir la crisis. Después del decepcionante discurso del presidente de la Fed, Jerome Powell, en vísperas de la Nochebuena, éste también reculó el viernes y se mostró dispuesto a adaptar su política a la nueva realidad. Se especula con que no haya incrementos del precio del dinero en 2019 o incluso con una bajada, si se caminara hacia una recesión a finales de 2020, como apuntan algunos informes.
Existe un tercer frente, cuya evolución es más complicada de diagnosticar: Europa. Por una parte, está la resolución del Brexit. Si, finalmente, Reino Unido abandonará la Unión Europea de manera brusca o si convocará otro referéndum antes de tomar la decisión definitiva, como parece probable, y cuál sería su resultado. En mayo, además, se celebran las elecciones que redibujarán la Comisión y el Parlamento europeos, en las que se espera un ascenso de los populismos.
Con tanto acontecimiento pendiente, es lógico que los mercados anden desorientados y fluctúen tanto de un día para otro. Todo apunta a que viviremos un primer semestre tórrido, hasta que vayan despejándose las incógnitas. Pero también es cierto que, de momento, no existe certidumbre de que la economía mundial vaya a entrar en otra crisis este año o el que viene, por lo que habrá que mantener la calma hasta que pasen las turbulencias. Si hay recesión en EEUU, los mercados caerán otro 15% de media. De lo contrario, asistiremos a una rápida recuperación, como ya ocurrió en 2016. Así es, como en la película protagonizada por Mel Gibson y Sigourney Weaver, el año en que vivimos peligrosamente.
En España, el escenario electoral también marcará la agenda de 2019. El año arranca con un incremento del 22% en las bases mínimas de cotización y un 7% de las máximas que, como advierte la patronal, frenará la creación de empleo. La recuperación de los 19 millones de cotizaciones a la Seguridad Social lograda en diciembre pasado puede ser flor de un día.
Y aún queda la entrada en vigor del denominado paquete fiscal, que recoge unas subidas de impuestos generalizadas a Sociedades, directivos, transacciones financieras o combustibles. El Gobierno está empeñado en aprobarlo, aunque sea a golpe de decreto-ley, ante la falta de apoyo parlamentario para los Presupuestos. La gran duda es si va a aguantar hasta 2020.
El ascenso de Vox, paralelo al desplome de Podemos, redibuja un mapa electoral en el que un bloque de derechas vuelve a tener opciones de gobernar y paralizar así la desproporcionada subida de impuestos, que amenaza con ahogar la economía productiva para financiar a clases pasivas, como jubilados o parados de larga duración.
Sea cual sea el escenario político, la economía española tampoco entrará en un crecimiento negativo en 2019, y menos tras el desplome de los precios del petróleo, que, de consolidarse, puede añadir hasta medio punto de PIB para compensar el menor vigor del crecimiento.
PD.-Después del certero artículo publicado la semana pasada sobre Los éxitos y patinazos de Francisco González, el ya expresidente de BBVA se gastó cerca de cinco millones de euros de su patrimonio para adquirir acciones. Un gesto con el que intenta demostrar su confianza en el futuro de la entidad y en los dirigentes que él designó. Ojalá esta vez acierte, aunque el daño hecho será difícil de revertir. Quiero dar las gracias por las felicitaciones recibidas por el artículo, el único publicado en la prensa española para intentar ofrecer un balance realista sobre su trayectoria profesional y su desdichada gestión al frente de BBVA.