
La corrupción se está generalizando de tal modo en el devenir cotidiano de la actividad política y económica, se va incrementando con tal celeridad -a la manera de una descomunal bola de nieve- que va instilando en la sociedad un sentimiento de hartazgo, desaliento e indefensión que resulta muy complicado de superar.
La corrupción encuentra su caldo de cultivo en dos componentes principales: la ausencia de escrúpulos del corrupto y la impunidad, motivada esta en una legislación laxa o en la connivencia ocasional con los poderes que deben penalizarla.
El éxito inicial de esta transgresión del más elemental de los códigos morales robustece la confianza del infractor, impulsándolo a persistir en sus prácticas delictivas y a deshacer la posible vuelta atrás en el proceloso camino emprendido.
Un estudio publicado por Neil Garret, del departamento de psicología experimental de UCL (University College London), demuestra de manera empírica que un comportamiento deshonesto incrementa su gravedad a medida que se repite.
"¿Cómo funciona la mente de un corrupto? Un comportamiento deshonesto incrementa su gravedad a medida que se repite"
La amígdala cerebral es la encargada de activarse y alertarnos, produciéndonos la sensación de miedo y zozobra frente a cualquier acto socialmente reprochable Esto quiere decir que si una persona cruza la línea ética-moral admisible, y comete una acción por la que obtiene un alto beneficio personal y todo ello no le genera ningún resultado perjudicial, no quedará ningún registro en su cerebro de amenaza ni de alarma, por lo que la vulneración cometida ya no será considerada como peligrosa por la amígdala.
Ante esta situación, la respuesta del miedo se va haciendo cada vez menos intensa y las normas que habitualmente nos guían en el obrar se van relajando, de forma que se modifica también la visión que tenemos sobre ellas. La línea ético-moral de la que hablábamos cambia de lugar en la dirección de la mayor permisividad.
En paralelo, el malestar psicológico que en una primera instancia producía la dicotomía entre hacer lo correcto o saltarnos las normas se va relajando, olvidando la precaución y aumentando la familiaridad con la impunidad, lo que genera una adaptación con pocas posibilidades de catarsis.
En definitiva, en aquellos individuos cuyo comportamiento no se halla en sintonía con sus principios éticos se activará un mecanismo consistente en que la repetición de cualquier tipo de transgresiones relaja y disipa su código moral, reduce la sensibilidad de la amígdala y convierte la infracción en norma cotidiana.
La RAE define corrupción como: "La práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de las organizaciones, especialmente las públicas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores".
En alguna ocasión la amígdala debió adaptarse a la alarma instintiva de lo incorrecto
Cada vez que hablamos de corrupción, debemos asumir que en alguna ocasión la amígdala debió adaptarse a la alarma instintiva de lo incorrecto. También debemos saber que solo en contadas ocasiones los delitos (morales y/o penales) se realizan en solitario y, en consecuencia, estas interacciones y cadenas de favores mutuos aún por pagar ocasionan que la posibilidad de redención sea cada vez más difusa.
Son tres las principales respuestas psíquicas que la mente del corrupto se auto-aplica preventiva y defensivamente:
* No se toma consciencia real sobre el acto transgresor.
* Justifica la acción amparándose en que hubo una buena razón para hacerlo.
* Siempre piensa que existe la posibilidad del retorno a la buena senda, que cuenta con una permanente válvula de escape.
Estos mecanismos tranquilizadores constituyen la estrategia psíquica que ayuda al corrupto a ir adaptándose a la carencia de respuestas por parte de la amígdala y le permiten seguir cometiendo todo tipo de faltas sin ningún remordimiento de conciencia.
En definitiva, el corrupto, llevado al terreno político- económico- social, es aquel que pasa por encima de los intereses comunes para afianzar el suyo propio, el que se enriquece a costa del esfuerzo de todos y se muestra ante los demás como un rutilante triunfador, pero que al final resulta ser un pobre ser encarcelado en la lóbrega celda de su vida de mentiras.
Ejercita un doble discurso, presenta una doble apariencia: parece tener unos lazos saludables con la sociedad, que incluso reconoce y resalta sus logros, pero no deja de ser un depredador sin escrúpulos.
Sin embargo, más allá de las riquezas y los atropellos que lo puedan llevar a ocupar temporalmente un podio quimérico, nunca podrá alcanzar el sueño de una vida sencilla o la tranquilidad de una realidad sin cuentas pendientes. La paz es un trofeo al que no accederá .