Opinión

Crecimiento a la baja, Gobierno al margen

Mucho se está hablando de la desaceleración de la economía española que, de alguna manera, ya ha empezado, y mucho se está criticando al Gobierno, que algunos señalan como uno de los principales culpables. No obstante, no es posible que un Gobierno que acaba de llegar y con poca capacidad de acción sea responsable de un cambio de tendencia que hunde sus raíces en factores mucho más complejos que los bandazos que está dando el Gabinete de Sánchez, tan inexperto y carente de objetivos que lo único que es capaz de hacer en la práctica es propaganda y cesar ministros.

No tenemos un Gobierno en España, sino una gran cortina de humo, hoy con Franco y mañana con las inmatriculaciones de la Iglesia o cualquier otro asunto polémico y arrojadizo que cope la actualidad.

Si la economía se está desacelerando es por un cúmulo de factores que están actuando conjuntamente y que esperemos que no nos lleven a un nuevo desastre. Cuando se cae un avión, siempre se dice que se aúnan una serie de desgraciadas circunstancias a partir de un hecho que las desencadena, que provocan el accidente y cuya concatenación es harto improbable. En economía, las crisis vienen por algo parecido, no pudiendo achacarlas a una sola circunstancia, sino a una reacción en cadena a partir de un desequilibrio muy acusado.

Actualmente se dan todas las circunstancias para una desaceleración de la demanda que ni el Gobierno va a poder frenar ni seguramente agravar de forma significativa, aunque es obvio que la influencia negativa del gabinete de Sánchez se deja notar, sobre todo porque no existe una agenda clara gubernamental y los agentes económicos ignoran, como el mismo Gobierno, cuál van a ser las medidas que finalmente se adopten, si es que puede adoptarse alguna. Aunque con efectos limitados por su limitada capacidad de acción, el minoritario Ejecutivo de Sánchez no es capaz más que de transmitir incertidumbre, anunciar medidas de las que más adelante se retracta y apaciguar a unos y otros.

Pero si el Gobierno no es capaz de hacer el suficiente destrozo como para afectar significativamente a la demanda, ésta está perdiendo fuerza y veremos cómo los datos de crecimiento del último trimestre van a reflejar un claro cambio de tendencia. Hemos podido ver los datos de empleo de agosto y el mal comportamiento de las contrataciones y septiembre, probablemente, tampoco vaya bien. Si a esto sumamos una inflación creciente, una rentas que la sufren y unos salarios que siguen, y ahora menos, sin crecer, nos encontramos con que el consumo va a caer de forma significativa y siendo éste el indicador más estable de la demanda agregada la desaceleración se antoja duradera, cuando no profunda.

A esto tenemos que añadir el endurecimiento de la política monetaria, que en un país con tanta deuda privada y pública como España adquirirá tintes dramáticos en el medio plazo. Va a afectar al precio de la vivienda, que se seguirá moderando en línea con la tendencia recientemente observada, a la compra de bienes de uso duradero, ya a la baja pues la de-manda embalsada tras la crisis ya ha dado se sí todo lo que tenía que dar, y se restringirá el crédito. El presupuesto del Estado va a empezar a sufrir por el mayor pago de intereses de la deuda, con efectos ya significativos en el próximo ejercicio. Así, un presupuesto expansivo se hace harto difícil, salvo con importantes aumentos de impuestos que recortarían cualquier incremento de la demanda que pudiera inducir. El gasto público cada vez es menos discrecional y la capacidad de endeudamiento del Estado para sufragarlo cada vez más reducida. Es por eso que no es creíble ni desde un aumento de la presión fiscal ni del endeudamiento que ningún Gobierno pueda disponer de importantes cantidades para implementar mejoras significativas en el estado del bienestar, pues con mantener lo que hay ya sería un logro.

Hablar de mejorar la sanidad, la educación o las pensiones disponiendo de más recursos no es más que simple demagogia, sobre todo cuando la gestión de los servicios sociales descansa en la comunidades autónomas, que antes de realizar una gestión eficaz, en general son máquinas de malgastar recursos para sufragar el clientelismo y la propaganda.

La inestabilidad del sector exterior y el turismo también nos pasa factura. Después de años de récord turístico, ahora toca decrecer por la recuperación de otros destinos. Un petróleo más caro y un comercio mundial menos potente afectarán nuestra balanza de pagos y nuestra economía volverá a depender en alguna medida de una financiación externa que será más costosa. Perderemos atractivo como destino de inversiones exteriores al hilo de las peores expectativas de nuestra economía.

Por todo lo dicho, lo que haga o deje de hacer el Gobierno podrá empeorar las cosas en alguna décima, pero el grueso del decrecimiento se asienta sobre causas mucho más profundas, menos moldeables y de difícil reversión.

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