
Ninguna, o casi ninguna, estrategia, por muy bien diseñada que esté, suele salir tal cual la hemos imaginado. Siempre hay algún error de cálculo, algún imprevisto, o sencillamente actúa el más impredecible de los factores: el humano.
Supongo que Pedro Sánchez, una vez que inesperadamente consiguió desalojar a Mariano Rajoy del poder, tuvo que diseñar una estrategia con el fin de mantenerse en el trono o en su defecto aguantar para convocar elecciones en el momento que juzgue más favorable a sus intereses.
En esa estrategia no cabe duda de que una parte fundamental son los anuncios de medidas destinadas a agradar por un lado a su base de votantes y por otro a captar a aquellos que se le fueron a Unidos Podemos. Desde las subidas de impuestos a las rentas altas o muy altas y la desaparición de las Sicav, a la derogación de la reforma laboral, pasando por la exhumación de los restos del dictador Franco.
Pues hasta ahora, de todas ellas, la única que parece llevar visos de ser real es la exhumación de Franco. Una acción con un mensaje ideológicamente potente, pero que a efectos económicos, o incluso de la vida diaria de la mayoría, no deja de ser algo anecdótico. Es decir que Sánchez ha malgastado sus primeros 100 días en el Gobierno en un ir y venir de anuncios y rectificaciones o matizaciones, sin conseguir aplicar realmente ninguna medida importante.
Y lo malo para él es que esta indefinición tiene un coste. En elEconomista publicamos el sábado que los expertos temen que el anunciado fin de los estímulos del Banco Central Europeo (BCE), la guerra comercial entre Estados Unidos y China y, por encima de todo, la indefinición y el lío de las medidas del Gobierno pueden provocar que la desaceleración económica se convierta en un brusco frenazo.
Y un brusco frenazo es lo que menos necesita una economía como la nuestra, que apenas ha conseguido salir de la durísima crisis sufrida durante diez años y que llevaría muy mal despertar los fantasmas del paro y la bajada generalizada de sueldos. Es decir, que Sánchez afronta un doble coste: por un lado el de que la economía, que el Partido Popular reflotó, se venga otra vez abajo y que todos le señalen a él como el causante. Y por otro, en el caso de que esto (esperemos) no llegase a ocurrir, que le pase factura la indefinición, las medidas anunciadas y no aplicadas...
El mejor ejemplo es el de la reforma laboral. En la oposición, el PSOE se hartó de asegurar que en cuanto estuviese en el poder la derogaría, que sería su primera decisión... y 100 días después sólo sabemos que ya nadie habla de derogarla y sí de imponer algunos cambios que, creo, sólo servirán para que el Ejecutivo salve la cara y poco más. Con este panorama tengo la sensación de que, visto que la estrategia a Sánchez no le está saliendo todo lo bien que había planeado, sólo le queda por jugar una carta: atacar a Casado con el caso máster.