
En el primer semestre de este año, algunas de las comisiones más frecuentes que los bancos cobran experimentaron un alza del 50% en nuestro país. Se trataría de un porcentaje alarmante, si no se tuvieran en cuenta las limitaciones a las que este movimiento se ha sujetado.
Sobre todo, debe considerarse que no se trata de un encarecimiento generalizado de los servicios bancarios. Las comisiones que se han subido son las que afectan a un segmento muy concreto de los clientes de las entidades.
Se trata de aquellos que establecen una vinculación mínima, ya que ni siquiera contratan los productos más básicos, como las tarjetas de débito o crédito. Este grupo suele incluir también a las personas que evitan todo uso de las oficinas electrónicas y recurren a las sucursales físicas incluso para los movimientos más sencillos, pese al encarecimiento de la operativa que este hábito supone.
La subida de comisiones afecta, por tanto, a los clientes que son objetivamente menos rentables para los bancos. Además, debe considerarse que el alza de los cobros se hace sobre una base que, de momento, sigue siendo muy baja.
Resulta bien conocida la costumbre de la banca española de priorizar la permanencia del cliente, por lo que tradicionalmente opta por reducir al mínimo el cobro por sus servicios, pese al coste que estos implican. Como resultado, nuestras entidades suelen presentar unos ingresos en este capítulo muy inferiores al promedio europeo.
Se trata de una situación difícil de sostener en momentos como el actual en el que el crédito apenas crece en términos netos. La banca española necesita potenciar esta fuente de ingresos por lo que es lógico que, de forma progresiva y razonable, busque obtener más rendimiento de sus comisiones.