
Schumpeter (1883-1950), uno de los economistas más brillantes del capitalismo, auguró para éste la muerte a causa precisamente de su éxito.
Para Schumpeter la gran empresa multinacional con su accionariado y gerentes anónimos, acabaría asumiendo la función del empresario innovador, figura para él imprescindible. Pero no hay que fijarse solamente en la argumentación del economista austriaco. En la actualidad el capitalismo como explotador intensivo de la fuerza del trabajo (manual e intelectual) y recursos no renovables ha llegado hasta los últimos confines del planeta. Ha incorporado a su dinámica de crecimiento sostenido, apropiación de la riqueza generada por parte de una minoría de propietarios y accionistas a todos los países del globo, con apenas unas reseñables excepciones.
Ya no hay más horizontes materiales que explotar. Ni tampoco medio ambiente que lo aguante.
Por eso su dimensión financiera se ha dirigido a fondos de pensiones, alimentos, agua, medicamentos, educación, ocio, aire e incluso a aquellas funciones hasta ahora exclusivas de los Estados: ejército, policía, establecimientos penitenciarios, etc. La dinámica de la ganancia privada ha trasformado casi todo en mercancía y en filosofía justificadora de su existencia.
Los sistemas políticos basados en la voluntad del demos conocen ya, por vía de experiencia, los límites impuestos por el sistema.
El problema no radica solamente en esa muerte anunciada sino en la inexistencia de una alternativa global, siquiera embrionaria. Y lo que es peor, la falta de voluntad para comenzar a construirla. Sobre todo porque hasta ahora las luchas políticas y sindicales de la izquierda se han centrado casi exclusivamente en la reivindicación, pero dentro de la lógica del sistema. No ha sido otra cosa el eje central del llamado Estado del Bienestar, un acuerdo entre el capital y el trabajo pero dentro de los límites exclusivos del occidente europeo y casi siempre a costa de esquilmar los recursos del llamado Tercer Mundo.
¿Cómo construir una alternativa de carácter socialista con valores, prácticas, hábitos de consumo e individualismo propios del adversario a sustituir?
Es más, ¿se han planteado seriamente las organizaciones que se reclaman revolucionarias o trasformadoras el comienzo de la tarea?
¿Piensan seriamente que se puede acceder al socialismo basándose solamente en la lucha electoral sin tener presente la necesidad de una visión nueva y diferente de derechos y deberes?
Si no se comienza por ahí y no se asume la perentoria necesidad de preparar una visión alternativa, la muerte del capitalismo será una catástrofe para todos y sin paliativos.