Opinión

El choque de la innovación tecnológica en tres oleadas

Foto: Dreamstime.

Las rentabilidades esperadas son una las piedras angulares para la asignación de activos de inversión. A largo plazo están principalmente determinadas por el crecimiento real de la economía y la inflación, para lo que conviene tener en cuenta los superciclos derivados de auges de innovación radicales.

Los efectos de estos ciclos pueden ser perturbadores. Así, la última década, la globalización y la China tecnológicamente avanzada han contribuido a la desinflación e incluso a episodios de deflación.

Otra consecuencia es que el dominio tradicional de los Estados soberanos se ve amenazado en campos como sanidad, protección privada, educación e incluso creación de dinero (criptomonedas).

Ello ha contribuido a reacciones populistas, las cuales pueden provocar reaparición del tipo de hombres fuertes que vimos en Europa en las décadas de 1920 y 1930. El caso es que si el actual entusiasmo de los inversores por la innovación disruptiva da paso a ventas indiferenciadas puede darse un resultado parecido al del estallido de las puntocom.

Al respecto hay que tener en cuenta que los superciclos tecnológicos suelen durar entre 45 y 60 años y que el actual se está produciendo en tres oleadas. La primera comenzó a principios de los 90, con nuevas tecnologías de información digital masiva, que condujeron al boom de las puntocom. Las compras indiscriminadas de estas empresas por los inversores desde 1995 empezaron a formar la burbuja, que estalló en 2001. La segunda oleada, en que nos encontramos, empezó a sentirse con fuerza en torno a 2005 con los adelantos en informática cuántica, genómica, nanotecnología y robótica avanzada. Asimismo en esta fase destaca la aparición y consolidación de grandes tecnológicas, entre ellas Google, Amazon, Facebook y Apple (GAFA).

De hecho el crecimiento del PIB en el segundo trimestre en Estados Unidos al 4,1% y 2,8 % anual es indicador de la fortaleza de la economía estadounidense, siendo particularmente sólido el aumento de la inversión empresarial, con aceleración desde mediados de 2017, sobre todo en energía y tecnologías de la información, computadoras y aplicaciones -ha pasado de un 5,8% promedio entre 2013 y 2016 a un 10,7% entre el primer trimestre de 2017 y el segundo de 2018-. Además la inversión en tecnologías de la información ya representa casi el 5% del PIB real de Estados Unidos, frente a menos del 2% en 2003.

La tercera oleada puede llegar alrededor de 2025 y caracterizarse por la convergencia entre nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información y ciencias cognitivas, generando un período extraordinariamente potente de crecimiento económico. En esta fase podremos ver disrumpidas a las empresas disruptivas.

Por ejemplo, con la tecnología blockchain, pueden dejar de tener razón de ser los intermediarios tradicionales encargados de procesar y validar las operaciones financieras. Además la conjunción del Big Data con enormes reducciones de costes marginales de la fabricación pueden favorecer la personalización de productos y servicios, incluso en banca privada. También es previsible mayor aproximación de la inteligencia artificial con la inteligencia emocional de los seres humanos.

Pero es imposible programar los ciclos o fechas de mercados bajistas. Así que hay que invertir activamente, diversificando entre fuentes de innovación. En concreto es posible reducir la volatilidad de una cartera a la mitad seleccionando cinco de nueve segmentos, desde vehículos eléctricos a robótica. Además y más importante, mientras la burbuja puntocom evolucionaba hasta su estallido las consecuencias económicas de los avances tecnológicos siguieron propagándose.

Al respecto -aunque la rentabilidad pasada no sea predictor futuro- es posible afirmar que la innovación disruptiva ha generado exceso de rentabilidad en los últimos años. Ahora nuestras expectativas de rentabilidad nominal en una cartera tradicional 60% renta fija/40% acciones han disminuido de un 9% a un 4%, anual pero, en la asignación estratégica de activos, invertir en innovación probablemente siga mejorando el comportamiento en un entorno de baja rentabilidad.

De momento asignamos un 60% de probabilidad a que este semestre continúen las disputas de comercio internacional, si bien con impacto económico directo reducido y finalmente acuerdos entre Estados Unidos y sus socios comerciales. En concreto estimamos que la retórica se moderará tras las elecciones de mitad de mandato en EEUU de noviembre, lo que favorecerá que los inversores vuelvan a centrarse en los fundamentales.

En un escenario alternativo, con un 25% de probabilidad, una auténtica guerra comercial puede generar un notable deterioro del crecimiento y la inflación potencial, así como aumento del riesgo sistémico en Europa, que perjudicaría a los activos de riesgo y provocaría un aumento de los precios de la deuda soberana de países centrales.

Además, con un 15% de posibilidad, las rebajas fiscales en EEUU pueden impulsar el crecimiento, mientras la guerra comercial se disipa, positivo para las acciones a pesar de nuevos temores de inflación, pero negativo para los bonos.

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