
El fortalecimiento del dólar frente a todas las divisas, incluido el euro, no es un fenómeno que vaya a desaparecer con rapidez.
Las tensiones que provoca la guerra comercial de EEUU con los países emergentes revitalizan el rol del billete verde como valor refugio. A ello se suman las expectativas de que la Fed suba los tipos dos veces más en 2018, y lleguen al 2,5%.
En consecuencia, los efectos de un euro depreciado deben tener peso en las expectativas económicas de la Unión Monetaria para lo que queda de año.
Hay, sin duda, que contar con los obstáculos que plantea, como el encarecimiento de las importaciones energéticas, pero también conviene valorar los impactos positivos, especialmente para las empresas europeas que más venden en el exterior.
No es casual que las diez compañías más exportadoras del EuroStoxx eleven sus expectativas de beneficio para este año un 4,5%, y un 3,7% en las relativas a 2019.
Los analistas esperan que tales mejoras provoquen alzas en las acciones de estas compañías y que el conjunto de las bolsas europeas encuentre un acicate que ayude a recuperar la senda alcista.
Pero aún habrá más efectos positivos. Los datos de Eurostat muestran cómo los dos motores del PIB de la eurozona son Alemania y España (frente a la atonía de Francia e Italia).
Con un euro débil, una potencia exportadora como el país germano podrá conservar ese vigor, lo que repercute en España, ya que Alemania constituye uno de sus principales mercados.
Pero, además, las empresas españolas verán incrementada su competitividad en países ajenos a Europa, lo que puede propiciar que el sector exterior compense la desaceleración de la demanda interna española e impulse el PIB.