
Soy de los que piensan que el PSOE, por lo menos hasta ahora, protagoniza una jugada maestra en el tablero electoral.
Es cierto que, si nos atenemos al día a día, el Gobierno de Pedro Sánchez está cometiendo unos cuantos errores, pero como escaparate en el que posicionarse, lo que está haciendo el Gobierno con sus 84 diputados es de quitarse el sombrero.
El primer golpe de efecto de Sánchez fue sorprender a la ciudadanía nombrando un gobierno que, salvo el excéntrico y raudamente resuelto caso de Máxim Huerta, suscitó la aprobación general incluso de los sectores más contrarios. Personas preparadas y moderadas, con un buen currículum, con experiencia...
Muchos pensaban que el PSOE iba a llenar las carteras ministeriales de experimentos y ocurrencias, en la línea de lo que hizo Rodríguez Zapatero; pero no. Sánchez ha demostrado ser mucho más listo.
Las carteras económicas han sido ocupadas por personas con las que habrá discrepancias por esa manía tan de la izquierda de querer solucionar todo a base de subidas de impuestos, pero que son profesionalmente muy respetadas y no sólo en España, sino también en el ámbito internacional.
Su segundo gran acierto son los anuncios y las medidas que quieren poner en marcha: desde sacar a Franco del Valle de los Caídos a aplicar un impuesto a la banca, a las tecnológicas, subírselo a las grandes empresas y también al diésel.
Con todas ellas busca el voto de la izquierda más a la izquierda, es decir, busca recuperar el voto que se le escapó al PSOE hacia Podemos e incluso arañar algo a la formación morada, que por su silencio debe estar tratando de decidir cómo reorienta su estrategia.
Pero lo más hábil de todo es que si pensamos que con las subidas de impuestos contenta a la izquierda pero cabrea a la derecha, nos equivocamos. Sánchez hace borrón y cuenta nueva y en realidad retrasa, modifica o cambia la vía tributaria para prácticamente dejarla como está.
Al menos mientras no tenga un número de diputados suficiente para no tener que pactar con partidos tan contrarios a estas frivolidades como el PNV. De este modo, la derecha y los sectores económicos se quedan con la mosca detrás de la oreja, pero no sufren (por el momento) la imposición de casi ningún tributo más.
El problema de Sánchez, que afronta este año o año y medio hasta las elecciones con el inmejorable escaparate de una Moncloa casi sin mácula, es pasarse de listo. Pensar que está más allá del bien y del mal.
En un partido que ha hecho de la regeneración política una de sus señas de identidad chirría su decisión de usar un avión oficial para ir a un concierto (lo de la reunión con la Generalitat sonó más a relleno y a excusa que a otra cosa).
Lo del fichaje de su esposa y colocar gente del partido en puestos clave de empresas y Administración son otras dos señales de que el poder se está subiendo con demasiada rapidez a la cabeza.