
En febrero, Barcelona respiró aliviada cuando se confirmó que el Mobile World Congress (MWC), la mayor feria mundial de las telecomunicaciones, volvería a organizarse allí el año que viene.
Ni siquiera los sucesos del 1-O pudieron impedir que se celebrara en la Ciudad Condal la edición 2018, por las dificultades logísticas que improvisar su traslado suponía; con todo, la continuidad en 2019 era una incógnita.
Finalmente, GSMA (el organizador del MWC) volvió a dar su sí a Barcelona, pero esa decisión no implica que los problemas acabaran. Lo demuestra el hecho de que, a estas alturas del año, el 15% de los expositores disponibles de la muestra se halla vacante.
Lo normal en ejercicios anteriores era que en torno a agosto estuviera ocupado todo el espacio de la próxima edición.En otras palabras, GSMA vende ahora menos stands y posiblemente más baratos.
Puede así entenderse el afán del organizador porque la Fundación MWC, de la que forma parte junto a las administraciones, recupere su antiguo propósito de recabar inversiones privadas para la feria, y se asegure así su continuidad en Barcelona.
La pervivencia de las subvenciones públicas (15 millones) no basta para lograrlo; GSMA podría lograrlas en otros países. Resulta, por tanto, vital que la Ciudad Condal estimule ese interés en las empresas y solo lo logrará garantizándoles estabilidad.
Para ello, es imprescindible que la alcaldesa Colau abandone la pasividad con la que afronta los problemas de orden que sufre la ciudad (por la que ha sido reprobada tres veces).
Pero no menos crucial resulta el compromiso de la Generalitat de no resucitar la deriva secesionista unilateral que tanto descrédito causó a Cataluña a ojos de inversores y empresarios.