Opinión

Vientos de cambio en México

López Obrador, nuevo presidente de México. Foto: Reuters.

Como anunciaban todas las encuestas, el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador, según el conteo rápido del Instituto Nacional Electoral y con más del 60% de las actas capturadas, ha ganado las elecciones con el 53% de los votos registrados. Un resultado abrumador propiciado por una población hastiada de vivir en un país en el que la inseguridad y la violencia, la corrupción y la impunidad, la desigualdad social y la ineficacia gubernamental, lastran todo su potencial.

Morena es una coalición de partidos de diversa ideología creada en 2014 en torno a la figura de López Obrador. Esta versión de la izquierda mexicana marcará el tono y el ritmo de más de la mitad de los distritos electorales en donde será la primera fuerza política o el principal partido de la oposición. Se trata de un hecho histórico en un país en el que el aparato del PRI ha dominado durante nueve décadas la esfera política del país, solo interrumpida durante dos sexenios por el Partido de Acción Nacional (PAN) y muestra el cambio experimentado por la sociedad mexicana que aspira, con más fe que realismo, a que México se deshaga del pesado lastre que arrastra desde hace décadas. En este contexto, López Obrador ha sido el candidato que mejor ha sabido leer las emociones que dominan el desencanto mexicano.

El candidato del PRI, José Antonio Meade, no ha podido hacer valer su honestidad y su profundo conocimiento de la Administración pública mexicana, sobre la cuestionada gestión del Gobierno del PRI durante el último sexenio. Peña Nieto deja la presidencia de México con un país que no ha podido capitalizar las reformas que el Gobierno ha hecho durante estos últimos seis años, pero, sobre todo, la deja con una profunda sensación de impunidad frente a la corrupción y la violencia. Solo en 2017 el número de homicidios generó más de 25.000 víctimas. Todo ello ha colocado al PRI, por primera vez en su historia, como tercera fuerza electoral en más de un tercio del territorio nacional.

El partido conservador, el PAN, tampoco ha podido plantearse como una alternativa creíble para resolver los problemas fundamentales de los mexicanos debido al reconocido oportunismo de Ricardo Anaya que ha tratado de sustentar sus propuestas en un ataque a López Obrador más que en consolidar un mensaje propio y bien definido. Una ambigüedad que sólo ha rendido fruto en sus bastiones naturales.

Por su parte, López Obrador ha consolidado su fortaleza en base a su persistencia e integridad personal en un contexto en el que, después de dos intentos por alcanzar la presidencia, ha decidido mostrar un tono más neutro y conciliador. Sin embargo, su proyecto político ha estado marcado por una vaga ideología izquierdista anclada en el pasado, que genera más inquietudes que respuestas entre la clase más acomodada del país y, sobre todo, entre inversores. Un proyecto intervencionista y redistribuidor sustentado en su exitosa experiencia en Ciudad de México tras las elecciones del año 2000. Por ello, es legítimo pensar que las continuas amenazas por auditar los contratos firmados al amparo de la reforma energética de Peña Nieto, puedan extenderse a otros ámbitos de la economía, lo que probablemente frene la inversión durante, al menos, los primeros meses de su gestión. Por el contrario, la población más desfavorecida percibe sus mesiánicas propuestas como una alternativa por la que vale la pena votar, aunque eso suponga la vuelta a una época en la que el Gobierno imponía de manera autoritaria su visión sobre la sociedad.

¿Qué debería esperarse, por tanto, de un presidente como López Obrador en un país como México? El equipo del nuevo presidente ya ha definido para este cambio una política fiscal responsable, y como ya hiciera en Ciudad de México, tratará de reducir la burocracia, aumentar la eficiencia del sector público y reorientar el gasto público hacia necesidades sociales. En el programa resalta su deseo por continuar promoviendo una mayor inclusión financiera.

En materia de seguridad, se propone combatir los elevados índices de violencia desde una labor pedagógica basada en la prevención del delito en lugar de extender el agotado modelo policial implantado por el PRI y por el PAN.

En política exterior, López Obrador mantiene cierta postura conciliadora con Estados Unidos y habla en su programa de promover una relación de respeto y beneficio mutuo, aunque habrá de vigilarse de cerca la evolución del Nafta. Asimismo, apuesta por una mayor cooperación económica con los países asiáticos, lo cual sería positivo para la diversificación de los socios comerciales de México.

Ahora bien, lo que realmente debiera ocurrir con López Obrador, o con cualquier otro candidato que hubiera ganado estas elecciones, es la aparición de una sociedad civil organizada que cuestionase e hiciera de contrapeso al poder público, pues sin duda una clase media robusta es el mejor antídoto frente a la corrupción y la desigualdad social.

Sin embargo, es improbable que éste se produzca y sí en cambio un reacomodo de lealtades y una rearticulación de complicidades en un clima posiblemente dominado por cierto sentimiento de revancha y por el miedo a la pérdida de privilegios. Ambos, disfrazados de ideología.

El planteamiento promovido por López Obrador no esconde que la población que lo ha votado reconoce que tendrá difícil resolver los múltiples problemas del país, pero, aun así, se han inclinado por él como un castigo a los partidos tradicionales. En cambio, López Obrador, como muchos otros líderes populistas, vende la tentadora promesa de que realizar este cambio no solo es relativamente sencillo, sino que solo él tiene la capacidad de gestionar adecuadamente esa transformación. Unas promesas y un estilo que, a menudo, acaban decepcionando al electorado.

Más aún, dada la ambigua agenda política y económica sobre la que se asientan las propuestas planteadas por López Obrador. Quedará por ver el sesgo y la profundidad de sus reformas en educación, en el sector energético, en el ámbito empresarial o en la Administración pública. Ahora bien, a pesar de sus constantes vaivenes, no hay la menor duda de que México se ha modernizado en múltiples estructuras productivas e institucionales, por lo que volver a mirar al pasado como solución es, sencillamente, una quimera regresiva y contraproducente.

Por último, está el asunto de la coalición ganadora. López Obrador pondrá a prueba su capacidad personal para mantener la fuerza centrípeta que garantice el control de todas las redes que ha sumado en este proyecto. Hasta hoy, los partidos que conforman su coalición han cedido sus articulaciones para ganar las elecciones. Sin embargo, una vez conseguida la presidencia, existe un riesgo elevado de que los distintos intereses fracturen la coalición "Juntos Haremos Historia".

En cualquier caso, el reto de López Obrador es considerable pues si fracasa en la misión del cambio podría frustrar no solo las aspiraciones de la mayoría de los mexicanos sino también el futuro de la necesaria izquierda del país.

En definitiva, México no ha sido un país ajeno a los vientos que sobrevuelan la fascinación por las quimeras inalcanzables y López Obrador se ha consagrado allí como el sueño que los populistas promueven en muchos países del mundo. Sólo cabe esperar que estos vientos no se tornen en destructivos huracanes.

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