Opinión

¿Italexit? Tres razones empíricas para no decir 'arrivederci'

"Qué Italia abandone el euro es como si alguien que debe hasta la camisa manda a tomar viento a su avalista", reflexiona, con socarronería, el estratega Víctor Alvargonzález para remarcar la incoherencia de una salida del país transalpino de la moneda común. La sensación generalizada que queda en el mercado tras el pico de tensión del martes y la distensión del miércoles y de este jueves sigue esa línea. Las reacciones de las bolsas, de la deuda y de la divisa indican que el histrionismo de los partidos euroescépticos no ha llegado a calar y que la amenaza palpable es la alta probabilidad de que se repitan las elecciones y que una coalición de estas fuerzas políticas salga con capacidad para formar un gobierno que se despreocupe de contener el déficit de una economía que ya adolece por ese costado.

La primera razón que apoya esta tesis es que Italia acumula una deuda que es un 130% su PIB, la segunda relación más elevada de la eurozona, solo por detrás de Grecia -180%- y por delante de España -100%-, con la diferencia de que en términos absolutos la deuda de Italia es la mayor del club europeo, al rozar los 2 billones de euros, mientras que la helena apenas supera los 300.000 millones y la española ronda el billón. Esto significa que la fanfarronería del que amenaza con salirse del euro reside en la solvencia de quien le avala, en este caso el BCE.

El segundo indicador en contra de un Italexit es una consecuencia de esta realidad incómoda para los euroescépticos. La prima de riesgo del país transalpino superó los 300 puntos básicos en el peor momento de la jornada del martes, pero, evidentemente, se quedó muy lejos de los 3.000 enteros que superó la griega cuando el país realmente tuvo un pie fuera del euro y de los 500 hasta los que ascendió la de España cuando estuvo en el disparadero en 2012.

Por último, aunque tuvo que ofrecer un interés mayor, cercano al 3%, Italia levantó este mismo miércoles 5.600 millones en una colocación de bonos a 5 y 10 años gracias al apetito por una rentabilidad que algunos han descrito como "un caramelo".

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