
El 9 de agosto de 2017 se conmemoró el décimo aniversario de la decisión del banco francés BNP de congelar alrededor de 2.200 millones de dólares en fondos del mercado monetario. Los que estábamos activos en los mercados financieros en aquel entonces recordamos el evento como el inicio de la peor crisis financiera global desde la Gran Depresión.
Muchos economistas y observadores financieros sostienen que todavía vivimos las consecuencias de esa crisis y las fuerzas que la causaron. En parte tienen razón. Muchas economías desarrolladas siguen teniendo políticas monetarias heterodoxas como la flexibilización cuantitativa y tanto la productividad como el aumento de los salarios reales (ajustado a la inflación) parecen estar estancados en general. Aun así, es importante poner estos sucesos en perspectiva. Muchos, incluida la Reina de Inglaterra en noviembre de 2008, todavía se preguntan: "¿Por qué nadie lo vio venir?". En efecto, muchos observadores financieros advirtieron de que los precios de la vivienda en Estados Unidos subían insosteniblemente, sobre todo dada la ausencia de ahorro personal de los consumidores estadounidenses.
Como economista jefe de Goldman Sachs en esa época, a lo largo de los años había escrito tres informes que demuestran que el déficit de Estados Unidos por cuenta corriente era insostenible. Por desgracia, esos hallazgos cayeron en saco roto y los comerciales de divisas de la empresa debieron de bostezar ante otro artículo de más de lo mismo de sus clientes.
En un momento en 2007, el déficit por cuenta corriente estadounidense se situó en el 6-7 por ciento del PIB (desde entonces se ha revisado a la baja hasta un 5 por ciento respecto al año completo). Esta cifra elevada reflejaba que el balance comercial de Estados Unidos se había deteriorado progresivamente desde los años noventa. Sin embargo, en ausencia de cualquier consecuencia negativa evidente, la complacencia se extendió y el país siguió gastando más de lo que ahorraba.
Mientras tanto, China se había pasado los años noventa exportando productos de bajo valor añadido al resto del mundo, incluidos los consumidores de la primera potencia mundial. En 2007, su superávit por cuenta corriente rondaba el 10 por ciento del PIB (la imagen invertida del caso estadounidense). Uno no ahorraba lo suficiente y el otro se excedía en el ahorro.
Para algunos observadores, el enorme desequilibrio internacional fue el origen de la crisis. En los años conducentes a la crisis, decían que el sistema financiero global sólo hacía su trabajo buscando formas ingeniosas de reciclar excedentes. Por supuesto, ahora sabemos que lo hizo bastante mal.
Mucho ha cambiado en la década intermedia. En 2017, China tendrá un superávit de cuenta corriente del 1,5-2 por ciento del PIB y Estados Unidos seguramente un déficit de alrededor del 2 por ciento (podría alcanzar el 3 por ciento) del PIB. Es una mejora inmensa para las dos mayores economías del mundo. Sin embargo, otros países han acumulado desequilibrios por cuenta corriente en aumento durante la última década. Uno de ellos es Alemania, cuyo excedente externo ya supera el 8 por ciento del PIB. El saldo por cuenta corriente alemana sugiere la existencia de desequilibrios profundos que podrían conducir a una nueva crisis si no se coordina la redacción de políticas. Lo último que necesita Europa es otro revés repentino, como hemos visto en el momento álgido de la crisis de la deuda griega.
El Reino Unido, por su parte, tendrá un déficit por cuenta corriente superior al 3 por ciento del PIB este año, casi el triple que hace una década, aunque eso no implica que su balance comercial se haya deteriorado notablemente. Al contrario, refleja que el Reino Unido es un gran centro financiero y los rendimientos de la inversión se han desplazado más en ese país que en el resto del mundo.
Dicho eso, la economía global de hoy en día es mucho más saludable que hace diez años. A muchos les decepciona que el crecimiento del PIB real global desde la crisis no haya igualado el rendimiento de la década previa pero desde 2009 (el peor año de la recesión), la economía global ha crecido a una media del 3,3 por ciento, como en los años ochenta y noventa.
Desde luego, se debe en gran medida a China, el único BRIC (Brasil, Rusia, India y China) que ha cumplido mis expectativas de crecimiento esa década (aunque India le sigue muy de cerca). El tamaño de la economía china se ha triplicado con creces en cifras nominales desde 2007 y el PIB ha aumentado de 3,5 billones de dólares a unos 12 billones. En consecuencia, el tamaño agregado de las economías BRIC ronda los 18 billones de dólares, por encima de la Unión Europea y casi a la par que Estados Unidos.
Habrá inevitablemente otra burbuja financiera y por eso vale la pena preguntarse dónde puede ocurrir. En mi opinión, es improbable que emerja directamente del sector bancario, muy regulado. La mayor preocupación es que muchas grandes empresas de diferentes sectores han seguido centrándose de forma excesiva en los beneficios trimestrales, ya que eso determina la remuneración de sus directivos. Los políticos deberían revisar con detalle el papel de las recompras de acciones en este proceso.
A su favor, en el programa electoral del partido conservador en 2017, la primera ministra británica Theresa May anunció que su Gobierno haría precisamente eso. Esperemos que cumpla lo prometido. Asestaría un golpe simbólico al malestar subyacente de la vida económica post-crisis. Occidente necesita inversiones reales y mayor productividad y aumento salarial, no más beneficios económicamente injustificables.
(Jim O'Neill para Project Syndicate)