Opinión

El paseíllo triunfal de Rajoy

Todo estaba preparado para que el mundo entero fuera testigo de la tolerancia de Mariano Rajoy con la corrupción. Su llegada a la Audiencia Nacional, el reencuentro con Bárcenas o incluso con Correa como si el tiempo no hubiera pasado. Pero no hubo espectáculo o, por lo menos, el espectáculo esperado.

Rajoy entró por el garaje, en el hall lo recibió el presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro, en reconocimiento a su autoridad como jefe del Ejecutivo; Bárcenas y Correa prefirieron quedarse ese día en casa. Se cuidaron todos los detalles. Hasta el coche de la escolta se colocó detrás del vehículo del presidente para evitar que las cámaras de seguridad captaran su imagen mientras se abrían las puertas de acceso al garaje No hubo paseíllo, ni la posibilidad de cruzarse una mirada con su antiguo tesorero y, por supuesto, se desestimó cualquier careo.

Rajoy se envalentonó con el abogado de la acusación popular, Mariano Benítez, cuando le preguntó si recibía sobres con dinero negro de Bárcenas: "No me parece un razonamiento muy brillante", le espetó, como si estuviera en un plató de televisión, ante el sudor frío del magistrado Ángel Hurtado, que no tuvo más remedio que llamarlo al orden.

Felipe González negó que las anotaciones del general Manglano con el acrónimo Pte, que abrieron la guerra sucia contra ETA se refirieran a él, y Rajoy que cobrara sobresueldos en negro. Todos los complementos se declararon a Hacienda, según él. Jamás se podrá probar. Fin del espectáculo.

En el Palacio de la Moncloa tienen ya muchas tablas sobre jueces y juzgados. Después del mal trago, hay que lavar la imagen, compensar el entuerto. Tras la declaración ante Hurtado, al día siguiente, jueves, comparecencia de la ministra Fátima Báñez para presentar los mejores datos de desempleo en mucho tiempo; menos de cuatro millones de parados, diez puntos más bajo que cuando el PP llegó al poder, y el viernes, vuelta a la palestra para hacer balance económico de lo que va de legislatura en prime time y arropado por el Gobierno en pleno.

¿Quien dijo corrupción? Lo importante es la creación de empleo hasta los 20 millones, que se adelanta a 2019; la consecución del objetivo de déficit público del 3 por ciento, que puede lograrse también antes de lo previsto y el crecimiento económico, que superará el 3 por ciento por tercer año consecutivo. El mayor del mundo occidental durante dos años seguidos, oiga, según el último informe del FMI.

Queda la patata caliente de Cataluña. Puigdemont está envalentonado, todo el día provocando para ver si alguien lo mete en la cárcel con linchamiento mediático por medio y lo convierte en mártir, como a Luis Companys, el presidente de la Generalitat que acabó preso en el buque Uruguay fondeado en el Puerto de Barcelona tras proclamar el Estado catalán dentro de la República Federal Española.

Artur Mas decidió echar un pulso al Estado, apoyado por los de siempre, una pléyade de empresarios, desde Carulla, Grifols a Rodés, que creyeron que la economía española saltaría por los aires. Pero se equivocaron y ahora tienen un problema, que no saben cómo resolver. La única opción que les queda es echarse, después del suicidio político de Puigdemont, en brazos de Oriol Junqueras, al que algunos ya califican de "pequeño burgués nacionalista", e intentar reconducir la negociación con el Estado. Un lío sin fin, que augura un otoño caliente desde mediados de agosto.

Los sindicatos también amenazan con movilizaciones después de que la CEOE de Juan Rosell se levantó de la mesa de la negociación salarial. Se acabó la luna de miel. El secretario general de la UGT, Pepe Alvarez, iba diciendo por ahí: "Éste es de los nuestros", en relación a Rosell. Sobre todo, después de que prometiera subidas de hasta el 2,5 por ciento para los "salarios muy bajos".

La excusa para la ruptura fue la cláusula de revisión salarial exigida por los sindicatos. La promesa había levantado ampollas en el seno de los empresarios. España es un país mileurista y más después de pasar una crisis secular, que Rajoy intenta superar como puede. El grueso de los salarios está por debajo de los 20.000 euros anuales.

La inflación, además, está en el 1,5 por ciento y con tendencia a la baja. Los tiempos han cambiado. El precio del petróleo no levanta cabeza y el nuevo modelo económico abarata los precios. Las expectativas de concluir el año en el 3 por ciento de inflación se esfuman y Rosell no tiene más remedio que dar marcha atrás. Donde dije digo, digo Diego. Trump o Janet Yellen, la todopoderosa presidenta de la Reserva Federal, también tuvieron que recular por culpa de la inflación en EEUU.

Es la vuelta a la racionalidad, a no meter la pata con alinear los salarios a la evolución de los precios al consumo. Los sindicatos amenazan con un otoño caliente, pero luego ellos mismo firman en los convenios sectoriales subidas de en torno a 1,3 por ciento. El año está vencido y poco más se puede hacer. El que viene será distinto, hay que renegociar el Convenio de Negociación Colectiva.

Lo urgente ahora es cerrar el Presupuesto. Cristóbal Montoro trabaja contrarreloj para presentar a finales de septiembre su proyecto. Si lo consigue, aunque sea a costar de ceder la gestión de la Seguridad Social a los vascos, o de eliminar los tributos a los que ya no pagan desde hace tiempo, para contentar a Ciudadanos, será como coronar el Tourmalet en pleno verano. Rajoy dio su paseíllo, pero esta vez triunfal ante los buenas magnitudes económicas. Si la economía va bien, lo demás irá encajando, proclaman en el Gobierno. Las penas con pan son menos.

PD. El cementerio de La Virgen de los Linarejos, donde fue enterrado la semana pasada Miguel Blesa, es una romería de lugareños y curiosos que se acercan a visitar la tumba del expresidente de Caja Madrid. Ya nadie duda de su suicidio. Blesa dejó, al parecer, una nota escueta entre sus pertenencias, muy escueta, en la que se despedía de sus familiares y allegados sin dar explicaciones. La familia no ha querido que trascendiera por el dolor que guarda. Menos aún después de comprobar que ni tan solo uno de los ex altos cargos que nombró en su década y media al frente de la entidad financiera acudió a despedirlo al cementerio.

Con Aznar hace un par de años que no se hablaba. El expresidente estaba probablemente enojado por el uso de las black, al igual que ocurría con su antiguo director general, Ildefonso Sánchez Barcoj, imputado como él por las dichosas tarjetas, entre otros asuntos. Pero ¿y los demás?

Ni siquiera su director de comunicación, Juan Astorqui, que le acompañaba como un perro fiel a todas partes tuvo la entereza de acudir a Linares para darle su último adiós. Astorqui envió una nota a los medios cuando dejó el cargo en 2010 en la que se mostraba agradecido textualmente "al presidente, que desde el primer día depositó en la unidad de comunicación toda su confianza e importantes recursos".

El antiguo jefe de comunicación concluía su nota diciendo que "acabo una etapa laboral de más de 13 años, en mi caso, espléndida". Blesa tenía pocos amigos. También acabó mal con sus exsecretarias, a las que recriminaba trabajar para los nuevos directivos. Hasta sus más fieles lo abandonaron, pero hasta el punto de no acudir a despedirlo... Se ve que son de su misma calaña. O peor.

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