
Si usted era accionista del Popular y, además, lector de elEconomista, seguramente en estos momentos dormirá tranquilo. Desde el sábado pasado, en el que adelantamos en este artículo, y en la edición en papel y en la digital, que el Santander era ya el único banco en que confiaba el Gobierno para quedarse con el Popular, advertimos que solo le quedaban unos días de vida. Las opciones eran una adquisición exprés o un rápida intervención. El triste final fue una combinación de ambas, que salvó el patrimonio de los depositantes, pero no el de sus accionistas y bonistas.
Si la marcha de la economía se basa en la confianza, la existencia de un banco depende de que sus clientes crean que el dinero depositado en él está seguro. En cuanto esta confianza se pierde, la vida de las entidades financieras se agota.
La muerte del Popular, como describió el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (Frob), se produjo entre el viernes, 2 de junio, y el martes 6, debido a la salida masiva de dinero, tanto depósitos como fondos de inversión. Paradójicamente, fueron los propios clientes quienes dieron la puntilla al Popular.
Como explicó el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, la entidad era solvente, pero se quedó sin liquidez para atender la demanda de sus clientes. Las autoridades europeas, que desde la semana anterior vigilaban estrechamente su evolución, esperaron a que se produjera el colapso. ¿El culpable? Desde luego, Emilio Saracho, que cogió el banco en dificultades para intentar salvarlo y lo quebró, porque en vez de procurar tranquilizar y dar confianza a sus clientes, los estresó, como reconoció él mismo, con sus dudas y manifestaciones sobre su supervivencia.
Para colmo de males, se negó a vender, aunque fuera a precio tirado. Por lo menos, hubiera salvado el patrimonio de los accionistas y, probablemente, de los bonistas, como hizo su antecesor, Ángel Ron. Saracho llegó con el mandato de liquidar el Popular, ya fuera por partes o en su totalidad, y tuvo que acabar regalándolo. ¡Eso sí, cobró 4 millones por ejecutar rematadamente mal su trabajo!
Después de una semana aciaga que culminó con caídas cercanas al 40 por ciento, intentó salvar los muebles en el minuto de descuento, con una carta a los empleados en la que aseguraba que era solvente. Sin embargo, durante los días y semanas precedentes se había negado una y mil veces a salir a la palestra pública, a comparecer ante una cámara de televisión o un medio de comunicación para calmar los ánimos de inversores, clientes y directivos. Es difícil actuar con mayor torpeza, desoyendo los consejos de su dirección de comunicación.
Para colmo de males, Expansión, el diario económico que hasta el nacimiento de elEconomista era líder del sector de información económica, recogió el contenido de la misiva completamente falsa de Saracho a sus directivos en un gran titular en primera página.
Una actuación desgraciada e incomprensible, que contribuyó a que miles de pequeños accionistas del Popular mantuvieran su inversión hasta el último momento y lo perdieran todo. La portada del diario salmón engañó a miles de sus lectores. No había que ser un lince para comprender que el Popular estaba en sus últimas horas. ¿Por qué maniobró así?, ¿por intereses económicos?
Su incomprensible actuación no acaba aquí. Durante los últimos meses defendió al mexicano Antonio del Valle, el accionista que promovió a Saracho para liquidar Popular y que está bajo estrecha vigilancia de la CNMV por especular a la baja presuntamente con las acciones de la entidad. Por eso, no me extraña que las miles de demandas que se presenten vayan dirigidas contra Saracho y sus inconfesables aliados. elEconomista dio información veraz e independiente en lugar de interesada, pero con la prudencia que estos casos requieren para no provocar una sobrerreacción en mercados.
Después de la caída del Popular, los bajistas se trasladaron con todas sus armas y pertrechos a Liberbank y otros pequeños valores. El banco dirigido por Manuel Menéndez ha perdido más del 40 por ciento de su valor en bolsa en los últimos días.
Pero su caso, como señalamos hoy en elEconomista, es muy distinto al del Popular. Su solvencia es mucho más elevada, no está en entredicho su futuro, ni el liderazgo de su consejero delegado y todo el consejo de administración cerró filas en defensa de la entidad financiera.
PD.- El otro protagonista es el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. El Constitucional hace bien en tumbar su amnistía fiscal. El recurso al decreto-ley y las correcciones de éste muestran una precipitación injustificable para favorecer a un grupo de escogidos, cuando al resto se le piden esfuerzos y alzas fiscales.