Interpretar y proyectar el desarrollo económico y social de los pueblos del mundo siempre ha sido una tarea compleja y frustrante. La teoría económica demuestra sus propios límites: cada vez es más dependiente, más rehén de los aportes de la sociología, la política o la ética. Como nos enseñaron los clásicos, todo es efímero. "Sic transit gloria mundi".
Esto lo vemos hoy, con más claridad que nunca, en unos tiempos que cuestionan nuestros viejos dogmas, aquellos socorridos paradigmas que (creíamos) nos mostraban cómo salir del subdesarrollo. Pero lo cierto es que vemos con pesar un creciente descrédito en la labor de los economistas y una clara frustración ante tanta expectativa insatisfecha porque, hay que decirlo, no logramos atender adecuadamente las necesidades de progreso económico y social que reclaman nuestros ciudadanos.
Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿todo ha ido a peor? ¿Tienen tanta razón las clases medias que están enojadas y por ello descreen de la política, de la economía, de los empresarios o de los técnicos para quedarse en una mera crítica destructiva? ¿O es el momento de hacer una pausa serena, mirar atrás, ver lo que se ha hecho, observar las experiencias para que nos ayuden a afrontar las frustraciones de los sectores postergados por la globalización?
Yo creo que es importante poner las cosas en su lugar. En los últimos 70 años, la humanidad vivió el periodo más brillante de desarrollo en los ámbitos político, económico y social de la historia.
En política internacional hemos tenido y seguimos teniendo conflictos de todo tipo, pero se han evitado la conflagración mundial y el holocausto nuclear que amenazaron nuestra vida en la década de 1950. El mundo ha vivido en una paz que es relativa e inestable, sí, pero paz al fin y al cabo.
En lo económico hemos experimentado el periodo más brillante de la Historia en cuanto a tasas de crecimiento. Por señalar solamente a la gran potencia del mundo, Estados Unidos, su ingreso se triplicó en la segunda mitad del siglo pasado. Surgió además en el escenario una economía tan impresionante como la de China. Se recuperaron los países caídos en los grandes conflictos bélicos y, en fin, el mundo alcanzó niveles de comercio desconocidos hasta la fecha.
En lo social, aún sabiendo que siempre, siempre, quedará mucho por delante, los avances también han sido enormes. La pobreza bajó alrededor de un 60 a un 10 por ciento de la población mundial gracias sobre todo al impresionante progreso de China y de los países devastados por la Segunda Guerra Mundial. La esperanza de vida, antes alrededor de los 48 años, está hoy en el entorno de los 70, una conquista también sin precedentes en la historia del planeta Tierra.
No ignoro, por supuesto, que aún sufrimos conflictos de orden racial, religioso o nacionalista que se manifiestan con inusitada violencia; que todavía tenemos un billón de personas que pasan hambre; que las corrientes de desplazados causan terribles sufrimientos a unos 60 millones de hombres, mujeres y niños en diferentes partes del mundo... Y de ninguna manera dejo de espantarme ante el terrorismo atroz que asesina a miles de personas inocentes, que destroza la vida de sus familias, que ensangrenta con demasiada frecuencia lugares de esparcimiento público en casi cualquier rincón del Globo.
Como no ignoro dos de los grandes problemas no resueltos por el sistema capitalista. Primero, las crisis, siempre alimentadas por especulaciones financieras que no han tocado fondo. Segundo, el efecto de una globalización que no ha sido equitativa, porque la desigualdad sigue siendo el principal problema de la humanidad que subyace bajo este impulso al crecimiento de las últimas décadas.
Pero estos problemas no son maldiciones bíblicas. Es posible, por ejemplo, enfrentar las crisis financieras con un adecuado control de las finanzas que, ocultas en la sombra, tanto estimulan la especulación y la asunción de riesgos. Como debe ser posible mejorar la distribución de la riqueza y el ingreso. Lo que no es recomendable es sumirnos en la crítica estéril. Lo que debemos hacer es resaltar y apoyar las cosas que sí han funcionado.
¿Acaso el aumento del comercio no ha sido algo tremendamente positivo para asentar el crecimiento? ¿Tiene sentido entonces volver al proteccionismo que nos sumió en el estancamiento y en la pobreza? ¿Hay razón para no seguir buscando la colaboración entre un mercado creativo y un Estado socialmente responsable, transparente y protector de los sectores más necesitados? ¿De verdad hay que abogar por modelos de desarrollo que en el pasado dio claras muestras de su incapacidad para crecer y para distribuir la riqueza? ¿Habremos de abandonar un mundo abierto donde es posible negociar en torno a una mesa y encontrar una solución acordada a nuestros desequilibrios e injusticias?
Pienso que la mera crítica no tiene razón de ser. Creo que las expectativas de las clases medias han sido frustradas por las carencias del crecimiento y de la globalización. Como se dice en nuestro mundo hispanohablante, tomemos el toro por los cuernos. Abordemos nuestros problemas fortaleciendo el crecimiento y, junto a ello, movilizando políticas sociales que corrijan nuestras aún grandes necesidades personales y colectivas. Los logros de estos últimos 70 años eran una quimera. Hoy son una realidad. ¿Por qué no aspirar a un esfuerzo concertado para hacer realidad una nueva quimera?