
Puigdemont tiene un lío y Rajoy otro. Ambos líderes han entrado en una dinámica de confrontación en la que resulta imposible encontrar una salida que evite el temido choque de trenes. Una colisión que uno y otro quisieran evitar pero que sus respectivas dialécticas hacen imparable. Al día de hoy tan seguro parece que el referéndum de marras va a ser convocado como que no se celebrará. La forma en que se gestione esa circunstancia será la que determine quien sale menos quemado de ellas aunque ambos son conscientes de que en el mejor de los supuestos todos se van a dejar un buen puñado de pelos en la gatera.
Del lado del gobierno de la Generalitat los errores cometidos en su huída hacia adelante son de tal magnitud que difícilmente podrán detener la lenta pero inexorable caída en los apoyos al procés y, lo que es peor, la brutal decepción en la que han abocado a los suyos con un cuento de la lechera que ya no hay quien se trague. Esa ley de transitoriedad jurídica, cuyo borrador fue filtrado hace unos días y que fue rápidamente desmentido por el Govern, revela el grado de paroxismo al que han llegado los talibanes del independentismo y hasta que punto se alejan del sentir mayoritario de los catalanes.
Todas las encuestas, incluso las realizadas por la Generalitat, coinciden en que la ciudadanía de Cataluña quiere mayoritariamente que se celebre una consulta pero con la misma rotundidad rechazan un referéndum ilegal. Y la legalidad no es precisamente el camino escogido por el ejecutivo catalán que, tal y como plantea ese borrador que seguro no se han inventado los periodistas, contempla la posibilidad de declarar por la brava la República de Cataluña si les impiden abrir las urnas.
El descaro con que el gobierno de Junts pel Sí trata de manipular al propio parlamento catalán, modificando el reglamento de la cámara para que apruebe la llamada 'ley de desconexión' esquivando la tramitación habitual, el debate y los controles legales de la oposición, no es advertida como un signo de fortaleza sino de debilidad.
Nada de lo que pretende hacer ese gobierno podría hacerse así y lo peor es que son plenamente conscientes de ello. Los trabajos demoscópicos sitúan muy por encima del 60% él número de catalanes que piensa que el proceso independentista apenas tiene posibilidades de prosperar y en parecido porcentaje se sitúa el nivel de los que quiere una estrategia negociadora para salir del laberinto. Ni que decir tiene que esas dos posiciones aumentan sus apoyos a nivel estatal donde casi un 80 por ciento de la población desea que este asunto se resuelva por la vía de la negociación.
Culpas repartidas
La negociación sin embargo ni está ni se le espera y ahí es donde los encuestados reparten las culpas incluyendo a Mariano Rajoy. El reciente sondeo de Metroscopia señala que más de las tres cuartas partes de los españoles cree que Rajoy ha gestionado mal el conflicto territorial. Ese suspenso se lo dan sus propios votantes pasando de la mitad los que creen que ha actuado de forma incorrecta en el asunto catalán. Es decir al margen de la posición en la que cada cual este la impresión generalizada es que los actores a uno y otro lado de la trinchera no han podido ser mas mediocres e irracionales y que sus respectivas torpezas e irresponsabilidades nos han llevado a un callejón oscuro al que no se le ve salida.
Esta perspectiva de la situación, a la que te conduce la simple observancia de los hechos con la mente abierta y un punto de sentido común, es lo que los fundamentalistas de uno y otro lado le llaman despreciativamente "equidistancia". Los equidistantes, es decir aquellos que advierten los errores de ambas partes y critican la falta de generosidad y responsabilidad para resolver el problema, son señalados por los contendientes como débiles o traidores.
Equidistante es el que opina que el proceso independentista fue alentado con fines políticos, económicos e incluso judiciales en favor de unos intereses oscuros que nada tienen que ver con los del pueblo catalán y al mismo tiempo piensa que Rajoy alimentó esa bicha con sus recogidas de firmas, su recurso al Estatut, su inoperancia y su cerrazón. "La equidistancia está muy bien- les dijo el presidente a los miembros del Circulo catalán de empresarios con un punto de reproche- pero no en todo momento ni en todas las facetas de la vida", añadió.
No contempla don Mariano que entre esos empresarios puede distintas sensibilidades y opiniones algunas claramente divergentes pero todas respetables y que, sin embargo, coinciden en que la solución al conflicto que se plantea es hablar. Porque, para los que nos han llevado donde estamos también es un odioso equidistante ese que cree que siempre hay tiempo para encontrar cauces de dialogo, tal vez por entender que ni en Cataluña las masas están por la sublevación ni el apoyo social al independentismo va a disolverse en un 'pis pas' por muchas estupideces en que incurran sus promotores.
Los términos medios están mal vistos, tiene que ser blanco o negro, y así nos va.