
L os holandeses son famosos por construir diques que resisten a las mareas y tempestades que surcan el Atlántico. ¿Lo habrán conseguido otra vez, en este caso frenando la ola política populista que parecía amenazar a Europa tras el referéndum del Brexit el año pasado y la victoria de Trump en EEUU?
El inesperado traspié del Partido de la Libertad de Geert Wilders (PVV) en las elecciones de Holanda del 15 de marzo parece sugerirlo así. Pese a que las previsiones llegaban al 25 por ciento del voto popular para Wilders, el PVV solo obtuvo el 13 por ciento. Si los votantes en las presidenciales francesas se parecen más a los de Holanda y menos a los de EEUU y Reino Unido en su susceptibilidad a la xenofobia y el proteccionismo, la decisión tendrá implicaciones globales para la política, la economía y la ideología del capitalismo global.
El retorno al centro en Europa continental indicaría claramente que las victorias inesperadas de los movimientos populistas y antiglobalización en EEUU y Reino Unido no fueron precisamente una respuesta al paro y a un rendimiento económico decepcionante desde la crisis financiera, la migración masiva o la amenaza del terrorismo islámico. Y es que Francia ha sufrido una tasa elevada de paro y una recesión post-crisis más larga que EEUU o Gran Bretaña, además de experimentar más problemas con el terrorismo y la militancia islámica.
Si los votantes alemanes en otoño siguen a los franceses y holandeses en esa vuelta al centro político, la inmigración quedaría también desacreditada como la causa raíz del populismo. Después de todo, Alemania ha experimentado un influjo muy superior de extranjeros que Reino Unido o EEUU. Al contrario, el populismo parecerá más un fenómeno anglosajón, motivado menos por la inmigración y la política económica que por unas actitudes culturales conservadoras entre los votantes de Trump y Brexit, y unas alianzas demográficas inusuales que enfrentan a viejos y jóvenes, rurales y urbanos, y graduados universitarios contra los votantes menos formados en EEUU y Gran Bretaña.
Las implicaciones económicas también serán de gran alcance si el centro se hace fuerte en Europa. La UE es un socio comercial mayor que EEUU para casi todas las economías emergentes y el euro es la única alternativa real al dólar como moneda internacional. Por esa razón, el compromiso continuado de la UE con una filosofía de comercio abierto, globalización y reducción de carbono podría bastar para prevenir un cambio de paradigma hacia el proteccionismo y la negación del cambio climático que parecía casi inevitable con la elección de Trump.
El cambio de liderazgo global requeriría una mejora drástica en el rendimiento económico de Europa. Por suerte, ése sería el desenlace esperado si los votantes rechazan la política populista en Francia y Alemania. La UE ha sufrido un largo bajón económico desde la crisis económica de 2008, en gran medida porque el gobierno alemán vetó la clase de estímulo monetario y fiscal que ayudó a sacar a EEUU de la recesión en 2010. El veto alemán a la flexibilización cuantitativa estilo EEUU fue también el principal motivo del amago de hundimiento de la moneda única en 2012.
Pero en marzo de 2015 se produjo un cambio drástico en las condiciones políticas y económicas de Europa, cuando el Banco Central Europeo lanzó con retraso un programa de compra de bonos similar al de EEUU, aunque de mucha mayor escala. Al comprar casi tres veces las emisiones netas totales de los bonos de la eurozona, el BCE logró burlar las normas de la eurozona para monetizar los déficits estatales europeos, además de crear un sistema de apoyo mutuo entre economías fuertes como la alemana y otras más débiles como la italiana o española.
Las medidas del BCE revertieron enseguida la fragmentación del sistema bancario europeo y eliminaron los temores de la ruptura del euro. El resultado inmediato fue el auge de la confianza tanto de empresas como consumidores.
El verano pasado, casi toda Europa disfrutaba de la reciente recuperación cuando los miedos renovados de desintegración, esta vez causados por la política, no las finanzas, sofocaron la mejora de las condiciones económicas. El Brexit y Trump generaron la expectativa de que Europa sería la siguiente pieza del dominó que caería ante el populismo en las inminentes elecciones de Holanda, Francia y Alemania.
Desde luego, la posibilidad no puede descartarse y por eso los inversores internacionales se muestran prudentes respecto a Europa, pero si las victorias populares que preocupan a los inversores no se producen, la mejora de la confianza de empresas y consumidores propulsará ondas de inversión a la eurozona.
El evento clave será la ronda final de las elecciones francesas del 7 de mayo. Si gana Emmanuel Macron, el centrista favorito, Francia se embarcará en un camino que conduce al menos a un atisbo de reformas económicas.
Y eso, a su vez, dará pie a una relación mucho más cooperativa entre Francia y Alemania. Los candidatos principales a canciller alemán están dispuestos a reconstruir la Europa post-Brexit reforzando el eje francoalemán y el inicio de un proceso de reforma en Francia que garantice a los votantes alemanes que su gobierno, si relaja la austeridad en la UE, no va a limitarse a arrojar dinero en un pozo sin fondo.
Eso nos trae a las implicaciones ideológicas de una posible victoria centrista y la aceleración de la recuperación económica este año en Europa. En el periodo inmediatamente posterior a la crisis financiera global, el modelo europeo de capitalismo de "mercado social" parecía la alternativa lógica al fundamentalismo de mercado de Thatcher y Reagan que se había descompuesto tras treinta años de dominio global. En efecto, el presidente Barack Obama llevó a EEUU hacia un mayor activismo gubernamental en la gestión macroeconómica, la regulación financiera, la política medioambiental y sanidad.
Paradójicamente, Europa iba en la otra dirección. Bajo la presión alemana, la UE se convirtió en el último reducto del monetarismo, la austeridad fiscal y el papel disciplinante de los mercados financieros. El resultado fue el amago de crisis fatídica del euro en 2010-2012.
Si las elecciones de este año desembocan en un presidente centrista francés y la reactivación de la cooperación francoalemana, el apasionamiento inopinado de la UE hacia el fundamentalismo de mercado podría acabar.
Europa disfrutará de una recuperación económica mejor, más sostenible y socialmente inclusiva que EEUU con Trump. Si ocurre así, el resto del mundo podría volver a ver a la UE como una fuente y modelo de inspiración.