La banca y las eléctricas son los dos objetivos del populismo patrio, probablemente de forma merecida, por los abusos cometidos en el pasado. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea acaba de poner en tela de juicio todos las disposiciones hipotecarias, no solo las cláusulas suelo. La subida del precio de la luz de alrededor del 30 por ciento en enero provoca las denuncias y protestas de casi todos los partidos políticos del arco parlamentario, con la excepción natural del Gobierno.
El ministro de Energía, Álvaro Nadal, sentenció el asunto el jueves pasado en el Congreso al negarse a acometer una reforma energética. Los sucesivos intentos impulsados tanto por gobiernos socialistas como populares acabaron en fracaso.
Existen dos circunstancias adversas de difícil solución. La primera es geográfica e imposible de salvar: España está situada en un extremo de Europa y no cuenta apenas con recursos energéticos fósiles, lo que nos condena a afrontar costes más elevados que el resto del continente.
El segundo motivo es que los gobiernos cargan tradicionalmente sobre la tarifa eléctrica sus meteduras de pata. De suerte que casi la mitad del recibo eléctrico hasta hace poco financiaba la moratoria nuclear o los sobrecostes del carbón, y luego las renovables. La última reforma incluye 67 grupos de ciclo combinado de gas, que permanecen en reserva para evitar apagones.
¿Qué ocurre con la otra mitad del recibo? Hasta hace un par de años su coste se determinaba por medio de una subasta que evitaba picos bruscos como el actual, porque los precios al consumidor se calculan mediante una media trimestral y actuaban como una especie de seguro para los clientes.
El anterior secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal (hermano del ministro), lo cambió por una medición casi instantánea y, por lo tanto, mucho más volátil. El motivo aducido fue que la subasta estaba "manipulada". Es decir, que las eléctricas se ponían de acuerdo presuntamente para encarecer el coste al que ofertan la energía. La acusación jamás se pudo demostrar de manera fehaciente.
Con el nuevo procedimiento, la energía más cara de una jornada marca el precio de negociación para el siguiente. En opinión del sector, la fórmula escogida pretende "abaratar artificialmente" el coste, ya que como las renovables representan aproximadamente el 20 por ciento de la producción reducen la demanda del resto, mucho más caras.
El año pasado hubo días de viento en que el coste fue casi cero, ya que las renovables tenían cubiertos sus costes de funcionamiento por la tarifa y las nucleares necesitaban sacar su producción. La prueba es que la luz cayó en 2016 alrededor del 15 por ciento.
¿Por qué, de repente, se dispara el precio? Porque concurren tres elementos extraordinarios: en las últimas semanas no hubo viento o agua para impulsar las renovables, coincidió con una ola de frío siberiano y, además, hubo que exportar energía a Europa, por una parálisis de las nucleares francesas. En estas circunstancias, los precios mayoristas los fijaban las energías más caras, como el carbón o el gas, que también afrontan precios elevados por la escasez en Asia.
Nadal corrió a introducir mayor competencia en el mercado secundario del gas para atenuar la subida, pero el efecto de sus medidas es a medio o largo plazo. Se produjo, además, la paradoja que las centrales de carbón sostuvieron estos días el consumo, porque eran más baratas que el gas. Pero también ¡mucho más contaminantes!
¿Qué falló en esta ocasión?, y ¿cómo se puede mejorar el sistema? Hay errores que deberían corregirse. Las centrales de gas de ciclo combinado que entraron en funcionamiento incrementaron su aportación sólo del 10 al 15 por ciento, cuando lo lógico es que hubieran operado muchas más.
El motivo, reconocido por las eléctricas, es que muchas de ellas no están preparadas para una urgencia, ya que solo cuentan con personal de mantenimiento o carecen de fuentes de aprovisionamiento preparadas y las instalaciones a punto.
La pregunta que surge de inmediato es: ¿para qué pagamos todo este parque de centrales medio inservible? Hay que revisarlo para afinar los costes, pese a que Nadal se negó en su comparecencia en el Congreso.
La cuestión más importante es: ¿cómo evitar que el precio sufra estos fuertes altibajos? La respuesta es que los vaivenes son inevitables si se quiere adecuar el precio al mercado, como explicó el ministro, quien insistió en que más de una veintena de países comparte el sistema español. En Francia, por ejemplo, se llegó a pagar a más de 1.000 euros el megawatio, diez veces más que el récord alcanzado en España.
Algunos expertos recomiendan, sin embargo, echar la vista a Europa para introducir algunos cambios. En la mayoría de los grandes países liberalizados, como Alemania o el Reino Unido, se aplica un sistema por capacidad, en lugar del marginalista, que hemos explicado. La diferencia es que el precio se fija mediante una media ponderada de varios tipos de energía. En el sector se sugiere incluso volver a la medición trimestral y por subasta que funcionó con anterioridad.
Luego existe una reflexión más profunda. ¿Tiene sentido que las renovables entren a coste casi cero cuando su funcionamiento está subvencionado? Una parte del sector aboga porque el precio al que ofertan la energía refleje sus costes reales, lo que evitaría fluctuaciones. Ello encarecería una parte del recibo de la luz, pero su efecto se compensaría con un abaratamiento de los peajes, la cuota fija destinada a sufragar otros gastos.
Comprendo que el ministro de Energía no quiera abrir el melón de la reforma energética, porque es extraordinariamente complejo y muy polémico por la sensibilidad ante la opinión pública. Sobre todo, en una legislatura en que el Gobierno está en minoría y pendiente del secretario general del PSOE, que salga en las próximas primarias, por si tuviera que convocar otras elecciones. No obstante, hay que recordar que la subida afectará sólo a un tercio de los consumidores. Las grandes empresas disfrutan de una tarifa dulce o subvencionada y una parte de los consumidores optó por contratar ofertas, que les garantizan un precio estable durante todo el año, a resguardo de los vaivenes del mercado.
No es de recibo, como ocurre en las cláusulas suelo con la banca, echar toda la culpa a las eléctricas. Estas ejercen, sin duda, una legítima presión ante los gobiernos para defender su cuenta de resultados. Pero en esta ocasión no hay indicios de manipulación del mercado, sino de cumplimiento de las reglas de funcionamiento del sistema eléctrico.
Es obvio que se necesitan cambios en profundidad, que habrá que acometer en los próximos años, para que las renovables no dependan del erario público o para dejar de sufragar un parque de centrales de ciclo combinado prácticamente fuera de servicio. Todo ello debería rebajar el coste de la luz y mejorar la competitividad de las empresas españolas frente al exterior.
PD.-El presidente de EEUU, Donald Trump, puede abocar al mundo a una guerra comercial después del cruce de tuits acusadores con su homólogo mexicano, Peña Nieto. Trump amenaza con una tarifa del 20 por ciento sobre las importaciones de los países con saldos excedentarios con EEUU. Curiosamente, México no está entre las naciones con resultado comercial más desequilibrado, sino China. El 21 por ciento de sus importaciones proviene del gigante asiático y sólo el 6 por ciento de la exportación. Pero Pekín es el principal tenedor de bonos del Tesoro en dólares. ¿Se atreverá Trump con el principal banquero de Estados Unidos?