
Fue como si la libra se hubiera convertido en la versión británica del peso, a juzgar por las convulsiones en los mercados de la City. Se formaron colas de gente en los despachos de cambio, gente desesperada por cambiar sus libras inservibles por una divisa más sólida. Las reservas en los hoteles de lujo de Londres subieron como la espuma cuando los extranjeros decidieron aprovechar los precios tirados en la capital. Nada más celebrarse el referéndum de la salida de la UE, la libra se estrelló hasta mínimos casi históricos. Durante algunos meses, parecía que todos los fondos de cobertura del mundo tomaban posiciones cortas con la libra por diversión y se forraban haciéndolo.
Discretamente, la libra ha escenificado una recuperación modesta en las últimas semanas. Ha recuperado casi la mitad de sus pérdidas frente al euro y arañado terreno respecto al dólar. De cara a 2017, podría seguir así. Y es que la economía británica se ha mantenido sorprendentemente bien. Mientras, el euro se dirige hacia una nueva crisis. E incluso el dólar podría no conservar su fuerza. Después del Brexit, la libra podría ser insospechadamente fuerte y es claro es que no se va a hundir.
Si hubiéramos hecho caso a algunos de los pronósticos allá por primavera, creeríamos que en Navidad casi todos los británicos estarían temblando de frío alrededor de una hoguera y rebuscando latas de carne de pavo. Resulta que la mayoría de las previsiones de hundimiento económico si el Reino Unido abandonaba la UE ha sido una exageración. En realidad, la economía se ha mostrado increíblemente resiliente y la bolsa boyante.
La moneda se ha llevado un duro golpe. Cuando se conoció el desenlace del referéndum, la libra se empezó a hundir como una piedra. A los inversores globales les preocupaba el caos político tras el resultado, el déficit comercial masivo y cómo comerciaría el país con el resto de Europa. Durante el otoño, cuando se hicieron obvias las intenciones de la nueva primera ministra Theresa May de romper con Europa y su disposición de sacrificar la membresía del mercado único para asegurarse el control de la inmigración, se liquidó todavía más.
En octubre, una crisis relámpago empujó la libra hasta apenas 1,13 dólares, su nivel más bajo en 31 años. Recuperó parte de esas pérdidas salvajes pero siguió por debajo de 1,2 dólares casi todo el mes, frente a un cambio cómodamente por encima de 1,4 dólares antes del voto. Con la moneda única no le fue mucho mejor. Bajó hasta 1,09 euros en octubre, después de cambiarse muy por encima de 1,3 euros antes de que el Reino Unido decidiera abandonar la UE.
Fueron movimientos enormes, no exactamente una repetición de la crisis de la libra que acentuó periódicamente la vida económica y política británica desde los años sesenta hasta principios de los noventa, pero estuvo muy cerca. Y era del todo posible imaginar que derivara en una catástrofe a gran escala. En el escenario más extremo, el Banco de Inglaterra se habría visto obligado a subir los tipos para defender la moneda, como tienen que hacer a menudo los mercados emergentes, y quizá incluso introducir alguna forma de control de capital.
Ahora puede olvidarse de eso, porque la libra ha vuelto. Contra el dólar ha subido hasta 1,27. Contra el euro, se ha recuperado hasta 1,19 y ha reclamado casi la mitad de sus pérdidas post-Brexit. Es verdad que no son precisamente ganancias espectaculares, pero la moneda ya no está en caída libre y podemos desechar la idea de que vaya a provocar ninguna crisis.
¿Puede sostenerse la recuperación? Hay tres razones por las que pensamos que sí.
Primero, el rendimiento de la economía británica desde el verano ha sido notablemente robusto. Lejos de debilitarla, el Brexit parece haberle propinado un modesto impulso, sobre todo porque la caída de la libra y el recorte de tipos del Banco de Inglaterra han ayudado a subir la demanda. Está claro que algunas empresas tratarán menos con el Reino Unido cuando se haya ido de la UE (los grandes bancos americanos de inversión, por ejemplo, podrían perfectamente trasladar muchas de sus operaciones al continente europeo). Sin embargo, algunos otros vendrán. Fijémonos en la decisión de McDonalds de trasladar su base internacional a Londres después de un conflicto con la UE sobre impuestos. Al final, parece que el Reino Unido perderá algunos negocios y ganará otros, para quedarse prácticamente como estaba antes.
Segundo, la eurozona parece enfrentarse a otra crisis. Holanda y Francia se preparan para votar y los populistas anti-euro encabezan las encuestas. Italia no les sigue muy detrás. Cada vez es más probable que uno o más países exijan salir de la moneda única.
Por último, aunque EEUU se ha disparado desde la elección de Donald Trump, tarde o temprano su imprudencia fiscal le pasará factura. A los mercados de divisas nunca les han gustado los déficits amplios.
Además, la probabilidad de que Trump sobreviva a su primer año en la Casa Blanca sin alguna que otra disputa internacional vergonzosa varía del 0,1 por ciento al 0,2 por ciento. La popularidad del dólar podría haber tocado techo para entonces.
Frente a todo eso, el Reino Unido ahora parece muy estable. Tiene un Gobierno muy aventajado en las encuestas y poca oposición. La economía crece tan deprisa como la de cualquier rival. Podría alcanzar un acuerdo de salida de la UE bastante pronto, sobre todo porque ha decidido pedir muy poco. En una economía global volátil, parece una de las monedas buenas para conservar. Cuando se cumpla el primer aniversario del referéndum del Brexit en junio del año que viene, la libra podría comerciarse a casi los mismos niveles que doce meses antes. Será como si no hubiera habido referéndum y, en términos económicos, podría ser el veredicto correcto.