
Muchos de los indicadores muestran que nuestra economía mejora. Continuamos creciendo gracias a la demanda interna, pero lo hacemos con poca inversión y reducidos aumentos de la productividad. Se trata de un crecimiento con algunos elementos de fragilidad en el contexto de muchos mercados presididos por comportamientos cartelizados acompañados de ineficiencias.
A pesar de que la tasa de crecimiento del conjunto de la economía es elevada, los agoreros (por regla general, contrarios a la economía de mercado y a la libertad de empresa y partidarios de la intervención pública sobre las decisiones empresariales y de los ciudadanos) son particularmente críticos sobre la base de la consideración parcial de la realidad económica y el olvido del conjunto. Se tapan los ojos ante las cifras macro y el comportamiento de los consumidores durante los puentes, los días de vigencia del viernes negro, la demanda de automóviles o el consumo esperado de jamones estas próximas Navidades, por citar algunos ejemplos. Estos datos reflejan la presencia de expectativas de consumo positivas, al menos a corto plazo, que deben reforzarse con reformas pendientes, que no son pocas.
Con la mejora de la demanda se crearán más puestos de trabajo y, dado el poco impulso de la productividad y el escaso dinamismo de la competencia en muchos mercados, subirán los precios (algo deseado por los recaudadores, pero no por los consumidores) lo que animará la recaudación fiscal, pero atenuará el crecimiento de la demanda. Por otro lado, la subida de precios se convertirá en un instrumento de combate para nuestros sindicatos que, automáticamente, reclamarán incrementos salariales y de las pensiones, olvidándose del necesario aumento de la productividad. Siempre he pensado que si las centrales sindicales quisieran ser eficientes deberían contratar dirigentes alemanes, por ejemplo, más formados, más racionales y con buenos conocimientos sobre el papel de las empresas en un contexto globalizado.
En España, con excepciones, prefieren el grito, la bronca y la protesta, olvidándose de los problemas de fondo, uno de los cuales es contribuir a reforzar la posición competitiva de las empresas españolas en un contexto de competencia efectiva internacionalizada.
Hay miopía económica. Por ello no debe sorprendernos que algunos, desde la ignorancia, clamen contra el consumismo. Olvidan que cuando consumimos hacemos uso de nuestra libertad consciente; es decir, asignamos nuestros recursos a la satisfacción de nuestras necesidades, de la forma que consideramos más conveniente. En otros términos, decidimos entre poseer dinero o disfrutar de bienes y servicios, en función de la utilidad que concedemos a cada uno de ellos. La experiencia nos enseña a no cometer errores y, salvo excepciones, elegimos inteligentemente.
Por esta razón, tampoco se entiende que las asociaciones de consumidores y usuarios -en general, subvencionadas y triviales en el argumento- hagan vagas recomendaciones sobre el consumo racional. El caso extremo lo protagoniza Greenpeace con su Día sin compras. Más lamentable aun: estos turiferarios de la penuria sólo excepcionalmente hacen referencia a la necesidad de que los mercados funcionen eficientemente sobre la base del principio de la competencia efectiva, sin acuerdos ni abusos de posición de dominio que perjudiquen a quienes pretenden defender, pues, como nos recordó Max Weber tras la batalla de Dunbar, en 1650, Cromwell mandó un escrito al Long Parliament pidiendo que acabaran ?con los abusos en los oficios pues si hay alguno que hace pobres a muchos para hacer ricos a unos pocos no es bueno para una comunidad?.
Es difícil asociar a los sindicatos y a muchas de estas organizaciones con la libertad de precios o la libertad de entrada en mercados como los del libro, farmacias, taxis, distribución de carburantes, transporte ferroviario, etc. Asuntos que afectan directamente a los consumidores y a sus bolsillos. Un ejemplo: ante cuanto sucede en el contexto del Ayuntamiento de Barcelona sólo se oye su silencio. En cualquier caso, lo que es inatacable es que, en ausencia de fallos de mercado, la libertad conduce a la eficiencia, refleja un alto respeto a los derechos de propiedad y asegura la mejor asignación posible de recursos.