
L as elecciones estadounidenses que enfrentan a Hillary Clinton y Donald Trump son probablemente las que han generado mayor expectación en los últimos tiempos. No cabe duda de que en este hecho concurren fundamentalmente dos elementos. Por un lado, la personalidad y el fuerte antagonismo entre los dos candidatos, resultando complicado ser neutral respecto a cualquiera de ellos. Por otro, no podemos olvidar que estamos hablando de las elecciones de la principal potencia mundial, con las consiguientes implicaciones sobre el resto del mundo.
Pero, realmente, ¿tanto nos puede afectar que el ganador sea uno u otro? Responder a esta pregunta conlleva implícitamente responder al poder que hoy día sigue ejerciendo Estados Unidos sobre el mundo y al poder personal de su presidente.
El proceso de globalización que viene caracterizando a la economía mundial desde principios de los noventa junto con la caída del régimen soviético ha supuesto el tránsito de un modelo bipolar a un modelo multipolar, en el que surgen multitud de nuevos agentes y de nuevos países que hasta hace poco desempeñaban un papel absolutamente secundario en el escenario internacional. No en vano, todas las proyecciones apuntan a que, a mediados de este siglo, el ranking de las principales economías del mundo tendrá relativamente poco que ver con la situación predominante en la segunda mitad del siglo XX, con una clara pérdida de posiciones de los países europeos y con un paulatino desplazamiento del centro de la toma de decisiones hacia la región de Asia-Pacífico.
En este proceso, el peso relativo de los Estados Unidos en la economía mundial ha experimentado un retroceso considerable. Así, de representar casi el 40 por ciento del PIB mundial a principios de los sesenta, en estos momentos el peso de la economía estadounidense no llega al 25 por ciento. Lo mismo podría decirse de su participación en el comercio mundial de mercancías, donde Estados Unidos ha pasado de suponer casi el 12 por ciento de las exportaciones mundiales y más del 18 por ciento de las importaciones en el 2000 a poco más del 9 por ciento de las exportaciones y menos del 14 por ciento del total de las importaciones en 2015, siendo superado por China como principal economía exportadora.
Esta aparente democratización del poder político y económico, con la irrupción de nuevos protagonistas en escena, viene acompañada de una creciente concentración en sectores tan estratégicos para el mundo actual como la información, la comunicación o la distribución, a través de empresas como Google, Facebook, Twitter o Amazon. Dicho de otro modo, el peso de la economía estadounidense ha podido menguar desde un punto de vista macroeconómico, pero no tanto desde la perspectiva de su capacidad de influir y condicionar la toma de decisiones.
Los programas económicos de Trump y Clinton plantean sustanciales diferencias, tanto a nivel interno como por lo que se refiere a la relación de la economía estadounidense con el resto del mundo. En política interior, existen múltiples aspectos de controversia que afectan desde al sistema de salud (la continuidad o no del Obamacare) hasta al sistema impositivo, pasando por el salario mínimo, o aspectos clave relacionados con la energía, el cambio climático, la educación o la política de inmigración.
Ambos candidatos creen que el papel de EEUU debe ser revisado, pero partiendo de la base del liderazgo que debe seguir desempeñando a nivel mundial y con el objetivo explícito de mejorar las condiciones de vida de los estadounidenses, que se han visto perjudicadas en los últimos tiempos por el proceso de globalización.
En ocasiones tiende a simplificarse el debate sobre la política comercial propuesta por los dos, asociando a Trump una visión proteccionista y a Clinton un enfoque librecambista estricto. Es cierto que las posiciones de Trump son claramente más radicales y mucho menos favorables a la interdependencia mundial. Buena prueba de ello lo constituye su oposición frontal al Tratado de Asociación Transpacífico (TPP) o la revisión que plantea del acuerdo de libre comercio con México y Canadá (NAFTA), por no mencionar su propuesta de aumentar los impuestos a la importación. Es cierto que la posición de Clinton es mucho más proclive al comercio internacional y al respeto de los acuerdos comerciales, pero tampoco deberíamos olvidar su rechazo al TPP o al acuerdo comercial con Centroamérica, por no referirnos a su propuesta de potenciar el ?hecho en América? como forma de proteger y favorecer a la economía estadounidense frente al resto del mundo.
En el fondo, no deberíamos olvidarnos de que, a diferencia de las economías europeas y desde luego de la española, la economía estadounidense es una economía muy cerrada, como sucede también por ejemplo con la japonesa, si lo medimos por lo que la suma de exportaciones e importaciones representa en términos del PIB. Esto significa que, al final, pese a que Estados Unidos siga ejerciendo un papel de líder mundial, lo que realmente preocupa a los candidatos a la Presidencia es el bienestar de sus ciudadanos y no tanto velar por un nuevo y posiblemente necesario orden económico internacional. Lamentablemente, en este caso, más Estados Unidos puede querer decir menos mundo.