
A principios de este mes, la moneda china, el yuan, se añadió a la cesta de divisas que componen los derechos especiales de giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional. Anteriormente, los DEG se definían como una media ponderada del dólar, el euro, la libra y el yen. Ahora que se les ha unido el yuan, se puede decir que es una de las cinco monedas verdaderamente globales. ¿Nos debería importar? A los chinos desde luego que sí. En Pekín, donde estuve a finales de septiembre, nadie quería hablar de otra cosa que del ingreso en el enrarecido club de los DEG. (De acuerdo, confieso que también querían hablar de Donald Trump).
Ver el yuan en la cesta de los DEG es un orgullo nacional. Simboliza la emergencia de China como potencia global y reivindica los esfuerzos del Gobierno de fomentar el uso del yuan en operaciones transfronterizas, y liberar a China y al resto del mundo de la sobredependencia del dólar.
Pero lo cierto es que añadir el yuan a la cesta de los DEG tiene poca importancia práctica. Los DEG no son una moneda sino la unidad en que el FMI informa de sus cuentas financieras. Solo un puñado de bonos internacionales se denominan en DEG porque a los bancos y a las empresas no les resulta especialmente atractiva esa opción. El principal emisor de bonos DEG es la organización hermana del FMI, el Banco Mundial (el Fondo no está autorizado a emitir bonos). La única implicación práctica de incorporar el yuan a la cesta de los DEG es que se convierte en una moneda que los países pueden retirar, junto con las otras cuatro integrantes del DEG cada vez que piden prestado del FMI. Solo el tiempo dirá cuántos lo harán.
Los chinos sostienen que la adición del yuan a la cesta de los DEG debe considerarse en un contexto más amplio. Es una de una serie de medidas para animar al uso del yuan en operaciones internacionales. En esa agenda se incluye negociar acuerdos de canje de divisas, que ya son más de dos docenas, entre el Banco Popular de China (PBOC) y bancos centrales extranjeros. También incluye designar a una entidad financiera china para que preste servicios de compensación y liquidación a operaciones en yuanes en todos los grandes centros financieros (por ejemplo, en septiembre el Banco de China se eligió como el banco central de compensación de Nueva York). Y se autoriza a las entidades extranjeras a emitir bonos en yuanes en la misma China. Hacia finales de agosto, Polonia se convirtió en el primer Gobierno europeo en hacerlo.
Pero la realidad es que estos pasos son más simbólicos que sustanciales. Los canjes de yuanes del PBOC están prácticamente inutilizados. Los bancos designados de compensación no se han visto exactamente inundados de operaciones. Los depósitos bancarios de yuanes en el extranjero decaen. La proporción del comercio de mercancías de China en yuanes lleva cayendo desde mediados de 2015 y no parece que, aunque el Gobierno polaco se haya lanzado con tanta osadía, otros vayan a seguir sus pasos.
La culpa, como decía Shakespeare, no es de las estrellas sino de los mercados financieros chinos. El mercado bursátil del país lleva desde mediados de 2015 subido a una montaña rusa. Toda organización internacional que se precie, del FMI al Banco de Pagos Internacionales, ha advertido de los problemas del mercado de bonos corporativos chinos. Y si se extienden los impagos de préstamos a corporaciones, como predicen las organizaciones, las implicaciones para los bancos podrían ser nefastas.
El problema yace en la táctica errónea del gobierno chino. El Ejecutivo y el PBOC creen que relajar los controles de capital y permitir que el capital financiero fluya más libremente hacia dentro y fuera del país obligará a los participantes del mercado financiero a subir sus apuestas. Las empresas tendrán que mejorar sus normas contables y los bancos sus prácticas de gestión de riesgo para afrontar la mayor velocidad de las operaciones financieras. El resultado serán unos mercados financieros más líquidos y estables, que a su vez aumenten el atractivo del yuan como unidad contable, medio de pago y almacén de valor para los residentes y los extranjeros por igual.
Desafortunadamente, asumir un resultado no lo hace realidad. Si los bancos y las empresas chinas tardan en ajustar, la liberalización de los flujos de capital internacional solo conllevará más volatilidad, menos depósitos en el extranjero y menos dependencia del yuan para las operaciones de mercancías (lo que ha venido sucediendo últimamente).
Los políticos chinos no deben empezar la casa por el tejado. Lo más importante que pueden hacer para apoyar la internacionalización del yuan es reforzar los mercados financieros nacionales, modernizar la legislación y optimizar el cumplimiento de contratos. Si China quiere transformar el yuan en una moneda global de primer orden, debe prestar menos atención a las operaciones en yuanes en Nueva York y el peso de la moneda en la cesta de los DEG, y más en el desarrollo de unos mercados financieros profundos, líquidos y estables en casa.
(Artículo de Barry Eichengreen para Project Syndicate)