
El sector financiero español pierde desde el año 2008 el 54% de su valor histórico y el 34% de su beneficio.
La banca española no podía salir indemne de una convulsión como la originada tras el sí del Reino Unido a su abandono de la UE (Brexit). El sector tenía que sufrir especialmente, considerando la primacía que aún ostenta Londres como centro financiero y la exposición directa que entidades como Santander o Sabadell tienen al mercado británico. Con todo, tras la crueldad del castigo bursátil sufrido por los bancos se encuentran otros factores que potencian el efecto Brexit, pero que no se reducen a este último. Si son ahora el eslabón más débil se debe al desarrollo de un largo proceso que ha reducido un 54 por ciento su valor en bolsa y ha socavado un 34 por ciento su beneficio desde 2008. No en vano, las entidades llevan casi 10 años embarcadas en lo que se antoja ya misión imposible: recuperar la rentabilidad de dos dígitos previa a la crisis. Es el resultado del efecto combinado de una demanda de crédito que nunca ha llegado a recuperarse satisfactoriamente, más una caída continuada de los tipos de interés, que ya ha hecho historia situando el euribor en negativo. La situación no tiene ningún viso de revertirse, debido a que las últimas convulsiones garantizan una política monetaria ultra-laxa en la eurozona, como mínimo, hasta 2018. El panorama se ensombrece todavía más si se consideran las fuertes exigencias de capital que se derivan de Basilea III y la falta de adaptación a un reto de primer orden: la creciente competencia de empresas tecnológicas, muy rápidas a la hora de responder a las exigencias de un cliente cada vez más digitalizado. Desafíos así reclaman una reestructuración profunda de todo el sector, que va más allá del cierre de oficinas y el simple ahorro de costes, y que aún está por acometerse.