
Les traigo la enésima versión del "Es la economía, estúpido", la celebre frase que convirtió a Bill Clinton en el segundo político más citado en columnas de opinión tras el inalcanzable Winston Churchill.
El título intenta transmitir dos ideas (Y esto de titular oscuro para luego explicar el título es también muy de columnista). La primera idea, que el conflicto político fundamental en los países más desarrollados es una crisis de soberanía derivada del creciente dominio de actores privados transnacionales sobre las instituciones públicas; la segunda, que la discusión política se desliza por la peligrosa pendiente de la aniquilación, la presuposición de que quien no comparte tu acertadísmo diagnóstico es "estúpido". En este último sentido, hemos titulado "majo" en vez de estúpido, interpelando en lugar de insultar para dejar abierta la posibilidad de que nuestro diagnóstico sea erróneo (por supuesto que no lo es, pero por si acaso).
Decía Luis de Guindos hoy en el Ágora de elEconomista.es que está convencido de que el Brexit no se consumará porque los británicos votarán "racionalmente, con la cabeza, y no con el corazón". He aquí el problema al completo, obviamos el conflicto soberano y si alguien vota salir de la UE, vota irracionalmente, ergo es "estúpido". Poco después extendió el razonamiento a las elecciones españolas colocando a Unidos Podemos en el lado pro-Brexit. Menciono a Luis de Guindos por ser el más reciente, pero su postura la sostienen machaconamente desde las principales fuerzas autodenominadas "constitucionalistas".
El Movimiento 5 estrellas, un partido de corte populista, acaba de ganar las alcaldías de Roma y Turín. Es decir, dos de las ciudades más importantes de Italia también son "estúpidas" y han votado a los populistas. En España, los populistas también gobiernan en algunos sitios, incluidos Madrid y Barcelona, porque España está llena de estúpidos. Los españoles, por cierto, son más estúpidos mientras mayor nivel de ingresos y estudios tienen, según muestra el CIS en relación a los potenciales votantes de Unidos Podemos.
Trump, Le Pen, Tsipras, Farage... El mundo entero asiste atónito al surgimiento de una histórica hornada de maestros del engaño seguida por legiones de estúpidos.
Es cierto que el incremento de la desigualdad y la pobreza abonan el campo para los movimientos populistas y la crisis ha empujado mucho en ese sentido. Esto, no obstante, sería suficiente motivo para desconfiar de los demócratas de toda la vida, que algo habrán tenido que ver. Pero atribuirle a las dificultades económicas toda la responsabilidad es como aquello del "dedo y el cielo". De nuevo el refranero intransigente, si miras al cielo, todo perfecto; si miras al dedo, eres tonto. Me van a permitir reformular y decir que quien mira al dedo se está perdiendo la mitad del mensaje.
El aumento de la desigualdad y la pobreza han dañado a los gobernantes tanto por considerárseles responsables como por aparecer impotentes ante la opinión pública. No se pueden parar los desahucios, no se puede garantizar el suministro eléctrico, no se puede comunicar el contenido del TTIP, no se puede evitar la llegada de inmigrantes comunitarios, no se puede influir sobre los salarios, no se pueden subir los impuestos porque se va el capital... Esto último es especialmente significativo puesto que la mayoría de los teóricos políticos incluyen la recaudación de impuestos como elemento esencial de la conformación del Estado.
De modo que el Estado, encarnación de la noción de soberanía, no puede hacer nada que arregle el problema de los generadores y depositarios últimos de esta, los ciudadanos. Y los ciudadanos se enfadan y votan a señores que prometen recuperar la soberanía para ellos. En eso sobre todo se parecen Iglesias, Trump, Grillo y Le Pen, aunque sea más divertido jugar a aquello de que los extremos se tocan.
Por resumir, dado el tono y la coyuntura, los políticos a los que hay que votar para votar bien corren el riesgo de quedarse como figurillas decorativas de un aparato impotente que apenas gestione los intereses privados de unos cuantos. La alternativa es votar mal y que gobiernen los populistas.
La alternativa en un universo paralelo gobernado por Hanna Arendt es aceptar que "la política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres". Esto es, que no somos humanos esencialmente idénticos en busca de una respuesta correcta sino diversos y en busca de un espacio que concilie las demandas de unos y otros.
De vuelta en el mundo real, y dada la proporción entre votantes buenos y malos, podemos estar seguros de que aproximadamente la mitad de la población es absolutamente estúpida y no sabe encontrar esa respuesta política correcta y omnicomprensiva a la coyuntura. Y si no piensan ustedes tal cosa, es que también son estúpidos.