
Vivimos al borde del precipicio, contando cada minuto de la actualidad, y pasamos de puntillas sobre los problemas de nuestra profesión, la de periodistas. La huelga celebrada el martes pasado por los trabajadores de Unedisa nos devolvió de bruces a la realidad. Por primera vez desde su nacimiento en 1989 el diario El Mundo no salió a la venta. No solo los trabajadores de este diario, sino también los de otras publicaciones, como el deportivo Marca o el económico Expansión secundaron el paro, aunque estas dos ultimas publicaciones lograron editarse gracias al trabajo de un reducido grupo de periodistas, sobre todo directivos.
Las ventas de la prensa escrita se reducen prácticamente a la mitad con la crisis y los ingresos publicitarios sufren una merma superior al 60 por ciento, en una espiral que parece no tener fin. Peor que el sector inmobiliario.
Quienes vaticinaban que el fin de la crisis volvería a traer lectores para las publicaciones de papel, se equivocaron de plano. Se está produciendo un cambio de hábitos acelerado hacia lo digital, de manera que a los usuarios nativos digitales se suman los que hasta ahora consumían prensa escrita. Es una revolución industrial que afecta a todos los ámbitos y pone en la picota sectores enteros, como el de la Prensa.
La migración de lectores de los formatos de papel a las plataformas digitales es una ruina para las empresas editoras, porque el acceso a la información en Internet es gratis y la publicidad es mucho más barata. Para colmo de males, el predominio de buscadores como Google o el duopolio televisivo español entre A3 Media y Mediaset concentra la publicidad en estos medios en detrimento del resto.
Las empresas editoras de los dos grandes medios nacionales, El Mundo y El País, no han sabido reaccionar y sufren grave riesgo de desaparecer. Mantienen estructuras directivas elefantiásicas y muy costosas, que paradójicamente se dedican a inventar nuevos productos en papel en busca del lector perdido, en lugar de asumir, de una vez, la realidad.
Apenas han reducido las ediciones regionales, pese a la caída de ventas, y mantienen los variados suplementos que complementan la información diaria, pese a que la mayoría se consume ya por Internet.
Los recortes, en lugar de centrarse en la estructura directiva o en los costes de impresión y distribucion de sus publicaciones agonizantes, se dirigen a la plantilla. Con ello, lo único que consiguen es empeorar la calidad de sus productos y acelerar la sangría de lectores.
Juan Luis Cebrián, presidente del grupo Prisa, editora de El País y de Cinco Días, ó Antonio Fernández Galiano, en Unedisa, se emplean en echar por la borda a cientos de colegas para seguir sufragando sus honorarios estratosféricos. Todos los medios bajo su mando predican una eficiencia en el manejo de las cuentas de resultados públicas o privadas que ellos no se aplican. Y qué decir del exdirector de El Mundo, Pedro J. Ramirez, empeñado en sacar una edición de la tarde, que nadie leía. Ahora, por lo menos, dilapida su dinero en El Español.
Prisa logra capear el temporal mejor que su rival de Unedisa gracias al navajeo y a la presión amenazadora de su presidente a los grandes bancos y a Telefónica, que aceptaron entrar en su capital, pese a ser un negocio ruinoso. No recuerdo en estos últimos años ninguna noticia negativa del antaño Diario independiente de la mañana hacia sus ocasionales inversores bursátiles. También afloja las críticas a buena parte del Gobierno para granjearse el apoyo de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, la encargada de pastorear a sus benefactores empresariales.
Unedisa corre, sin embargo, peor suerte. La nacionalidad italiana de su principal accionista, Rizzoli, reduce las posibilidades de influencia sobre el Gobierno o los grandes grupos empresariales. Galiano ha convertido a la editora en España en una máquina de pérdidas. El beneficio de explotación en el último año arrojó números rojos por 85,7 millones, 15 millones más que el anterior.
La única publicación de ese grupo que se salva es el deportivo Marca, porque la radio del mismo nombre está en extinción. Hasta Expansión, que en otros tiempos arrojaba sólidos beneficios, languidece por las pérdidas y la falta de un modelo sostenible que garantice su futuro.
Las empresas periodísticas tienen futuro, como el resto, cuando son gestionadas con austeridad y con afán innovador y de futuro. En elEconomista dejamos atrás los números rojos gracias a la racionalidad de los gastos y la apuesta temprana por lo digital, al igual que otros medios. Si queremos preservar el periodismo de calidad debemos tener empresas de comunicación solventes, capaces de afrontar las presiones de todo tipo. Con editores así vamos a acabar con el poco prestigio que aún le queda a esta vieja profesión de contar cosas.