
Pocos días después del Congreso Federal extraordinario del PSOE en el verano de 2014, en el que la federación andaluza dio a Pedro Sánchez el triunfo con su apoyo condicionado, el flamante secretario general anunció que optaría a ser candidato a la Presidencia del gobierno y que su objetivo era alcanzar el Palacio de la Moncloa.
Rompía así su acuerdo con Susana Díaz, que había ordenado a los suyos el voto para el joven madrileño frente a la candidatura que lideraba Eduardo Madina y al outsider Pérez Tapias, con la condición de que se encargara de gestionar el partido y de momento no se hablara de candidaturas electorales ni se dieran alas a posibles sueños de poder.
Aquél día, la presidenta andaluza puso la cruz en lo alto de la cabeza de Sánchez. Y la remarcó con trazo grueso la noche del 20 de diciembre pasado cuando Sánchez anunció, nada más conocerse el revolcón sin precedentes de los socialistas en las urnas, su intención de seguir liderando el PSOE para administrar el día "histórico" que sus siglas habían vivido. Los barones territoriales se unieron ya sin disimulos a esa oposición al secretario general, y exigieron pocas semanas después un Congreso Federal en la tercera semana de mayo para desbancar si fuera necesario al ambicioso jefe de Ferraz.
Corrigiéndose a sí mismo una vez más sin necesidad de explicar el motivo, este centenario partido político cambia ahora la fecha del Congreso decidida por su máximo órgano entre cónclaves, convirtiendo en papel mojado lo que hasta hace poco era palabra de ley. El hombre que convertía las derrotas en victorias logra así de facto continuar en su precario liderazgo y garantizarse la candidatura electoral si se repiten los comicios en junio. Todo ello como premio a su gestión inteligente y acertada de la crisis política en la que ha pasado de ser un solemne derrotado a ejercer la posición institucional de candidato a una investidura imposible.
Pero, ¿qué gana su antagonista con el retraso? Todo parece indicar que Susana Díaz no tiene prisa para culminar su asalto al partido, que su objetivo no es ser ahora candidata electoral para estrellarse sino dejar que sea Sánchez quien lo vuelva a hacer para más adelante plantear la batalla por el control del aparato. De esa forma podrá consolidar su posición en la presidencia andaluza y llevar al Parlamento regional algún proyecto de ley que engrose los escasos tres que ha aprobado en 10 meses de legislatura.
El pulso se aplaza, pero no se evita. Díaz estará más fuerte, piensa ella, cuando su rival sufra nuevos golpes sonados como aquellas dos votaciones del Congreso que rechazaron su investidura. Y mientras, Sánchez podrá seguir con la ficción de su pacto con Ciudadanos, ese que sirve para intentar convencer al mismo tiempo a fuerzas como el PP y Podemos para que lo apoyen.