Opinión

El beso y la cal viva

Pablo Iglesias durante el discurso del viernes. Imagen: archivo

José Bono le dedicó en su día a Esperanza Aguirre una de esas frases para la historia. "Esperanza -dijo- besa de día y muerde de noche". Nadie coligió de aquello que ambos personajes tuvieran relación alguna a la caída del Sol. El entonces presidente autonómico describía de tal guisa la doble personalidad de la lideresa capaz de mostrarse hoy amable, próxima y dialogante y mañana inflexible, agresiva y lacerante.

Me ha venido a la memoria la ocurrencia del castellano manchego ante la bipolaridad exhibida por Pablo Iglesias en el debate de Investidura de la semana pasada. En su intervención del miércoles, el líder de Podemos no solo empleó un tono bronco difícilmente compatible con cualquier intento de seducción sino que en las réplicas tornó su aspereza en violencia hasta esparcir la cal viva por todo el hemiciclo.

No escuché a un solo analista ni observador político que viera acertada la actuación de Iglesias y en cambio sí oí a algunos de los suyos lamentarse del tono empleado. Ignoro quién de su entorno influye más en el crecido Pablo Iglesias o goza de la confianza suficiente para decirle las verdades del barquero cuando se equivoca. Quiero creer que uno de ellos es Iñigo Errejón, cuyo talento e inteligencia emocional le habrían impedido a buen seguro caer en semejante error.

En lugar de argumentar Iglesias parecía querer intimidar y no puedo imaginar una táctica más torpe para dirigirse a ese electorado de amplio espectro al que aspira a conquistar que meter miedo desde la tribuna o el escaño del Congreso de los Diputados.

Algo debió de escuchar a sus íntimos, y a los que no lo son tanto, como la alcaldesa Carmena rechazando la confrontación, lo cierto es que el viernes Pablo Iglesias ya era otro. En un dramático ejercicio de travestismo propio del Doctor Jeckill y Mister Hyde, el líder de Podemos subió al estrado con su mejor sonrisa y tuvo el cuajo de dedicarle la mitad del poco tiempo de que disponían a disertar sobre el beso que le enchufó dos días antes a Xavier Domenech en medio de la Cámara y a los posibles amoríos que podían surgir entre alguna diputada pija del PP y otro de Podemos alérgico al peine.

Sus gracietas extemporáneas en tan solemne marco institucional y con la política del país patas arribas concluyeron con un pretendido tono poético. "Señor Sánchez a veces las discusiones más agrias preceden a los momentos más dulces", así aseguraba apostar porque "fluyera el amor en la política" y por un entendimiento tan afectuoso que no dudó en pre bautizar como "el pacto del beso". De la cal viva al beso en 48 horas. La cara de póker de Sánchez revelaba su recelo por tan copernicano tránsito.

Tampoco le rió la gracia quien le sucedió en la tribuna de oradores. Albert Rivera no solo le afeó la chanza al declarar su renuncia a participar en ningún festival del humor sino que logró borrar la sonrisa de Iglesias y que la tornara en mueca de enojo. Lo consiguió cuando, demandando el espíritu de la Transición, les comparó con el Partido Comunista del 77 y con aquellos que, llegados del exilio, supieron entenderse con sus enemigos políticos para construir un marco de convivencia. La comparación resultó tan brutal y desventajosa para los de morado que sonó como un trueno cuando citó a personajes de la talla de Jordi Solé Tura o Santiago Carrillo como si invocara su presencia en el hemiciclo.

Esa bipolaridad exhibida por Iglesias en las sesiones de investidura le restan fiabilidad y no ayudan a fraguar acuerdo alguno que permita conjurar el adelanto electoral. Por mucho que insistan en que el pacto de izquierdas es posible la cuenta no sale. No sin el concurso de los independentistas tóxicos. Y, si Pablo Iglesias no salió bien en el retrato de la investidura, el de Joan Tardá y su aprendiz Rufían no pudieron resultar más grotescos. Por si había alguna duda su comportamiento en la Cámara dejó bien patente que con ellos ni se puede ni se debe ir a ningún lado.

Quedan dos meses para intentarlo pero si antes cualquier acuerdo era difícil, después de lo visto y oído, ahora lo es mucho más. Solo unas encuestas tan adversas que hagan temer la debacle podría ablandar las intransigencias. Tal vez, como siempre pensé, en el último minuto aunque nunca gracias a los besos forzados ni a la cal viva.

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