Opinión

Entre la espada y la pared

He leído casi todos los libros de Pablo Iglesias que han caído en mis manos. Creo que es un profesor culto, que conoce al dedillo la historia de España, aunque la interprete de forma maniquea. Su ideología, a medio camino entre el marxismo cultural de Antonio Gramsci y las teorías sobre la desigualdad de Thomas Piketty, preconiza que el capitalismo lleva el germen de la autodestrucción en su seno. La acumulación de la riqueza en unas pocas manos exacerbará las desigualdades sociales y conducirá a que el pueblo retome el poder, hasta ahora en manos de los de siempre. Es lo que aplicado a nuestro país, en Podemos denominan capitalismo de amiguetes.

Iglesias, gracias a ese aire de presunta intelectualidad, se cree superior al resto, en especial, a Pedro Sánchez. El líder socialista se siente humillado cada vez que habla. No hay química entre los dos. La falta de entendimiento es el principal obstáculo para el acuerdo.

En Podemos están, además, convencidos de que unas segundas elecciones se llevarían por delante a la socialdemocracia en este país. Su objetivo es encabezar a partir de los próximos comicios, la nueva izquierda, que será quien lleve las riendas de España en los próximos meses, en su opinión.

Para conseguirlo, están dispuestos a lograr una coalición con Sánchez, pero en condiciones igualitarias. El PSOE aventaja a Podemos y sus socios en 21 escaños, pero solo en alrededor de 300.000 votos. Iglesias considera que ello da derecho a Sánchez a presidir el país, pero a cambio de que comparta el poder con su amplio equipo de Gobierno, encabezado por él como vicepresidente.

En estas condiciones, un acuerdo sería una capitulación por parte del PSOE. Llevan razón los barones socialistas cuando auguran un Gobierno frágil y que arrastraría al partido socialista a su desaparición.

Por último, se burlan de Sánchez, al que consideran un títere en manos de los próceres de su partido. Auguran que acabará devorado por los leones, como terminaron sus efímeros días muchos emperadores en el Coliseo romano, si no firma sus exigencias. Afortunadamente, la soberbia del líder podemita puede librarnos del pacto.

En la derecha, las cosas no van mucho mejor. En el PP están convencidos de que habrá elecciones y de que el voto se decantará a su favor por el temor de los ciudadanos a que venga la izquierda y acabe con los vestigios de la recuperación económica. También aseguran que Rajoy ni se va, porque su marcha defraudaría a sus siete millones de votantes, ni apoyará a un candidato de consenso con otras fuerzas política, porque eso implicaría incumplir con el mandato que recibieron de las urnas. Como dice Mariano Guindal, en su artículo semanal en elEconomista, es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Ello explica que vea unas elecciones el próximo 26 de junio; en realidad es lo que desea que se produzca. También es como el ciego que no quiere ver, porque el riesgo que corre de que salten más escándalos de corrupción en vísperas electorales, que tumben definitivamente al PP actual y nos dejen en manos de la izquierda, es muy alto.

La sensibilidad de la gente hacia la corrupción es cada vez mayor. Y ni la Agencia Tributaria, en manos de Cristóbal Montoro, podrá contrarrestarlo. Habrán visto cómo esta semana sus agentes estuvieron más activos que nunca. El miércoles entraron el banco chino ICBC y el viernes desmantelaron una trama empresarial en el sector cárnico para contrarrestar las informaciones de la Púnica.

Los responsables de varios medios de comunicación, a los que el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, agasajaba con dinero de las empresas públicas, rezan para que sus nombres no salgan en el sumario.

Afortunadamente, la situación de bloqueo institucional no golpea aún a la economía española. En Bruselas, la resolución del mapa político español ha pasado a un segundo plano. Las dos grandes preocupaciones son la consecución de un compromiso que facilite al primer ministro británico, David Camerón, seguir en la Unión Europea y el problema de la inmigración. Si ambos asuntos no se resuelven satisfactoriamente, acabarán generando incertidumbres económicas.

Los mercados financieros recuperan poco a poco la calma gracias al principio de acuerdo alcanzado entre Rusia, Arabia, Venezuela y Qatar para poner un techo a su producción petrolera. La caída del crudo desde 100 dólares hasta una media de 30 presiona a la baja los raiting de las petroleras y provoca la venta masiva de acciones de los bancos, tenedores de la deuda de estas empresas.

La banca de inversión es de la teoría de que si la subida del crudo no se restablece entraremos en el círculo infernal que nos conducirá al abismo. La caída de empresas y países productores de crudo arrastrará al sector financiero y éste a la economía mundial. Natixis, un banco de inversión francés, aseguraba esta semana que la bajada de los carburantes ceba la incertidumbre, porque estimula el ahorro por miedo a una crisis. Una tesis insólita, que unida al riesgo de quiebra de países como Arabia Saudí, que echan mano de sus fondos soberanos para sobrevivir, genera más dudas.

Se trata de una calma chicha, que en cualquier momento puede volver a saltar por los aires. Sobre todo, porque los inversores están pasando de puntillas sobre los graves problemas que atenazan a China. Preocupa y mucho, el devenir del yuan, que esta semana se revaluó gracias al apoyo del banco central para contrarrestar el mal dato sobre sus exportaciones.

El gobernado del Banco del Pueblo está en un callejón sin salida, ya que si devalúa el yuan producirá una estampida de capitales y la quiebra de muchas empresas endeudadas en dólares. Pero si no lo hace, incumplirá los objetivos de crecimiento, y la inversión huirá igualmente. Pekín tiene alrededor de 3,3 billones de dólares en reservas de divisas y a un ritmo de 100.000 millones mensuales, casi tardará tres años en agotarse. Un tiempo que las autoridades chinas deben aprovechar para liberalizar su economía y restablecer la credibilidad en los financieros internacionales. Otro Gobierno que se encuentra entre la espada y la pared.

P.D. En el mundo financiero sorprende la defensa cerrada que hace el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, de su subgobernador, Fernando Restoy. Éste encargó un informe que respaldaba las cuentas y la salida a bolsa de Bankia unos meses antes de que el Supremo obligara a la entidad a devolver el dinero a sus accionistas por presunto engaño en la contabilidad. Es obvio que el Supremo tiene la razón, porque la entidad tuvo que ser intervenida.

Se da, además, la circunstancia de que Restoy avaló la operación como vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). El meollo de la cuestión obedece a que el Banco de España, a través del Frob, contradijo el informe de los peritos, que detectaba numerosas irregularidades. La posición de Restoy es indefendible.

Relacionados

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky