
La entrada en preconcurso de acreedores de Abengoa el año pasado ofrece un buen momento para reconsiderar un concepto difundido en las escuelas de negocio: el apalancamiento financiero. Es típico de algunas clases de finanzas (no todas) alabar la utilización de dinero ajeno, deuda, frente al capital propio para potenciar el beneficio de la compañía. En particular se aconseja para acelerar los procesos de crecimiento de las empresas. La hipótesis en que se basa esta recomendación es clara: el dinero ajeno (créditos y bonos) es más barato que el propio (capital más reservas), por eso es mejor trabajar con crédito; de ahí la palabra "apalancamiento" (apalanco mis fondos propios con los ajenos).
Pero esta hipótesis no siempre se cumple. Para empezar, como directivo de compañías he visto en ciertas épocas que los intereses de la deuda bancaria superaban el 25/30% (en la primera crisis del petróleo), mucho más de lo que hubiera pedido a mis fondos propios. Luego la tesis no siempre es cierta. Pero además en el cálculo del coste de la deuda hay que incluir el riesgo que lleva consigo: hay que devolverla y, normalmente, en el peor momento.
Los bancos y los bonistas tienen la mala costumbre de pedir que se les devuelva cuando vencen los créditos y sólo te los renuevan si saben que los puedes pagar. Como decía Oscar Wilde, "un banquero es un señor que te da un paraguas cuando hace sol y te lo quita cuando llueve".
De manera que a veces los financieros, como ha ocurrido en Abengoa, se arriesgan demasiado y su falta de sentido del riesgo castiga a los demás; en este caso, castiga a los empleados, acreedores, accionistas y otros stakeholders.
Aunque, como el otro día me apostilló el economista Lacalle en la tertulia de La linterna, muchos de los que hacen estas cosas son ingenieros metidos a financieros después de una clase de finanzas en una escuela de negocio. Y es que la falta de prudencia se da hasta en las mejores familias.