Opinión

Elecciones y polarización en Turquía

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha dinamitado todas las negociaciones para formar una coalición. Con el objetivo de acumular un poder total. Su ambición es crear una presidencia ejecutiva. Habría que cambiar el sistema parlamentario a uno presidencialista. El problema es que ya no dispone de la mayoría suficiente para esa reforma constitucional. El proyecto que le habría dado más atribuciones fue rechazado con claridad el 7 de junio.

En la presente campaña el Jefe del Estado ha cambiado de táctica renunciando a sus reuniones públicas diarias en que reclamaba una amplia mayoría. Su injerencia durante la anterior fue contraproducente para el gobernante Partido de la Justicia y del Desarrollo (AKP). Si bien ha sido un poco más discreto, continúa expresando su intención de mantener las riendas del poder. Los últimos sondeos publicados auguran que su partido tampoco obtendría esta vez la mayoría absoluta. Con mucha probabilidad se repetirá el resultado de las pasadas legislativas en que el AKP fue el más votado pero perdió su mayoría parlamentaria. Podría incluso ocurrir que Erdogan convocara elecciones por tercera vez. Es dudoso que el líder islamista acepte una cohabitación "a la turca" y se teme que tras los comicios el país vuelva a estar bloqueado. El Jefe del Estado no ha cambiado su visión política ni alterado su giro autoritario. Lo demuestra la redada de esta semana en que la policía intervino dos cadenas de televisión de la oposición. Dos diarios de ese mismo grupo mediático no pudieron publicarse después de la operación policial. El grupo se considera cercano al imán Fethullah Gülen, principal enemigo de Erdogan desde el escándalo de corrupción que afectó en 2013 a varios miembros del gobierno.

Con la esperanza de atraer el voto nacionalista, Erdogan se define como el único capaz de mantener la paz y la seguridad tras la reanudación en julio de los combates entre las fuerzas de seguridad y rebeldes kurdos y tras el atentado del Estado Islámico del 10 de octubre en Ankara, que dejó más de 100 muertos. No obstante, conviene recordar que el mismo Erdogan decidió el fin de la tregua en el conflicto kurdo este verano. Precisamente el Partido Democrático del Pueblo (prokurdo) - cuya entrada al Parlamento en junio contribuyó al fracaso del AKP - es uno de los más que con mayor virulencia sufre la estrategia de tensión del presidente que acusa a esta formación de estar vinculada a los terroristas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Y en cuanto al EI la oposición laica hace tiempo que viene acusando a Erdogan de apoyar a los radicales yihadistas. El mandatario intenta aprovechar el clima de tensión y la sangre que corre en Turquía para obligar al país a elegir "entre el caos o el orden". Las probabilidades de que esta estrategia le permita recuperar la mayoría absoluta son escasas porque la sociedad está muy polarizada. La vuelta a la normalidad es importante para la economía que ha mostrado preocupantes grietas. El ambiente liberal de crecimiento ha sido sustituido por el intervencionismo. A la propia incertidumbre política se suma la grave inestabilidad de sus vecinos. La existencia de un Ejecutivo operativo transmitirá tranquilidad a mercados e inversores. Servirá, además, para calmar las fluctuaciones de la moneda turca, la lira, sujeta a los vaivenes y depreciándose cada vez más frente a euro y dólar. Turquía sigue teniendo potencial para consolidarse como gran mercado emergente. Sectores clave como turismo, industria automotriz, energético y servicios pueden recuperarse tras la reducción de 2014. En cuanto al vecindario, aunque complejo, Irán ofrece nuevas y enormes oportunidades como socio comercial tras las sanciones a las que Ankara siempre se opuso. Y hay otra razón fundamental para la formación, finalmente, de un gobierno: Turquía es crucial tanto para acoger a millones de refugiados sirios como para ordenar el flujo de los que siguen hacia Europa. Las elecciones de mañana deciden si Turquía continúa siendo una república mutipartidista o sigue aproximándose a los modelos dictatoriales de Oriente Próximo. Si como se prevé se mantiene el statu quo existente la clave será que el autoritario Erdogan olvide sus sueños de grandeza y acepte negociar con la oposición.

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