
En las elecciones presidenciales de mañana más importante que la pregunta de quién es el qué y cómo. Con independencia de quien gane lo que conviene a la cultura política argentina es ir a una segunda vuelta. Las primarias de agosto revelaron un equilibrio de fuerzas entre el oficialismo y la oposición. También llevaría al ganador a ser menos autoritario y soberbio. Se formarían consensos muy necesarios. La mayoría absoluta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en 2011 llevó a ejercer el poder con una escandalosa discrecionalidad. Desde el uso indiscriminado de cadenas nacionales hasta la protección de jueces para garantizar su impunidad ante la ley. Para hacerse con la presidencia en primera vuelta el oficialista y gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, debe superar el 45 por cien de los votos, o alcanzar el 40, pero con una diferencia mayor a diez puntos. Tiene posibilidades. Scioli, de centroizquierda. Promete seguir adelante con las políticas sociales establecidas durante el Gobierno de Cristina y aplaude la nacionalización de YPF. Más de medio siglo el justicialismo ha gobernado Argentina. Se siente tan seguro -¿demasiado?- que se negó a participar en el debate presidencial. En otro país le hubiera costado la elección. Una segunda vuelta modificaría ese comportamiento y evitaría muchas indefiniciones. Tendría que posicionarse con mayor claridad. Su conformista lema "construir a partir de lo construido" pasaría a incluir algunas críticas al gobierno distanciándose del oficialismo más radical. Solo así podría llegar a ese 60 % que pidió el cambio en las primarias. Scioli mostraría hasta dónde llegaría su autonomía en el ejercicio de la presidencia. La segunda vuelta obligaría igualmente a Mauricio Macri y a Sergio Massa a manejar una perspectiva diferente y buscar alianzas. Macri, actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos, confía en llegar a una segunda vuelta. En ella el presidente del Pro (Propuesta Republicana) podría sumar los votos de Massa. Ha anunciado mantener los programas sociales e implementar su propio programa "pobreza cero". Bien considerado por el empresariado, el candidato ha acabado por adoptar un tono muy social y cierra la campaña con una retórica similar a la de sus contrincantes. Massa, exjefe de gabinete de Cristina, es quien más claramente se ha lanzado contra el kircherismo. Es fundador del Frente Renovador, coalición política de orientación peronista. Defiende leyes de tolerancia cero hacia los delincuentes y las drogas. Se ha volcado en la lucha contra la corrupción. Es quien menos opciones tiene de ir a una segunda vuelta. El Gobierno vaticina que la economía cerrará el año con un crecimiento del 2,3 % y se expandirá un 3 en 2016. Sin embargo, son cifras cuestionadas por oposición y analistas.
La larga etapa K deja una pesada hipoteca en cuya base estructural está la llamada "reprimarización". Los ingresos se destinaron a programas asistencialistas en vez de diversificar y mejorar educación e infraestructura. Resultado de una pésima política de recursos es un déficit energético crónico. Argentina debe gastar hoy enormes cantidades en importar energía. El proteccionismo reduce su competitividad y bloquea el Mercosur. Aumentan desempleo e informalización que llevan a más pobreza. Se ha intentado luchar contra desempleo y pobreza con programas sociales que no están financiados con recursos reales sino con déficit fiscal e inflación. Para evitar que el dólar suba el Ejecutivo manipula el tipo de cambio. La importación está limitada y las empresas tienen escaso acceso a divisas. A medidas intervencionistas y control de cambios se añaden inseguridad jurídica y corrupción. El alto riesgo país encarece y dificulta la obtención de créditos externos y limita las inversiones. Sin olvidar el conflicto con los "fondos buitre". Aunque muchos votarán por Scioli y lo que consideran estabilidad. Las malas cifras macroeconómicas piden un Ejecutivo de cambio. Responsable y abierto al diálogo.