A finales de 2014 el déficit público de Grecia era el más bajo desde que accedió al euro. Esto hubiera garantizado la sostenibilidad del país con el consiguiente aumento de los ingresos del Estado que permitiera una consolidación fiscal, y con otras reformas, como la relativa al sistema de pensiones. Negociaciones sensatas con la intención de cumplir el memorando, solicitudes razonables de quitas y un esfuerzo claro para sanear sus cuentas, dentro de un programa de reformas útil y realista, hubiera permitido a Grecia reincorporarse al crecimiento y servirse de la recuperación europea para salvarse a sí misma.
Pero a principios de 2015 Syriza llegó al poder con un programa electoral que consistía en todo lo contrario. Lo que en aquella ocasión votaron los griegos fue no rebajar los gastos, declarar concluida la austeridad y, sobre todo, un clima de completa demagogia política que, como se sabe, es la degradación, la imagen deformada y vacía de la democracia. Así que la oportunidad de realizar reformas y sanear sus cuentas se convirtió en enero de 2015 en la gran farsa y en la ocasión perdida.
A Tsipras le sienta bien la demagogia. Para explicarle al mundo que Pericles sigue vivo, abandonó las negociaciones y se apresuró a convocar un referéndum de urgencia en el que él mismo elude su propia responsabilidad negociadora, abandona sus obligaciones y escurre el bulto entre los griegos, para que sean estos lo que decidan qué hay que hacer. Y sobre todo, qué es lo que no hay que hacer. Pero llegados a este punto de tumulto, no se sabe por qué Tsipras pregunta al pueblo. Porque Tsipras debería saber lo que la gente quiere en su país. Los griegos acaban de votar el programa de Syriza, esto es, no pagar, pedir más, mantener e incrementar el gasto, sobrevivir sin programa de rescate, dar la espalda a los criminales financieros, recuperar la dignidad perdida, todo eso que Tsipras apretaba en su mano izquierda en alto mientras hacía campaña electoral. Eso es lo que votaron los griegos y eso es lo que los griegos quieren. Volver a decirlo es un ejercicio de reiteración de la voluntad que en democracia no debe ser demandado cada cinco meses.
Pero es que Tsipras no busca la voz del pueblo al convocar el referéndum, sino que lo que intenta es disfrazar su insolvencia técnica, negociadora y económica con una consulta popular. Y se nos dice que esto no es otra cosa que dar la voz al pueblo. "Alguno quiere impedirle al pueblo que decida", ha dicho Tsipras. Y también ha dicho que su mandato se basa en "no aceptar más austeridad". Pues bien, el domingo, tendrán que decidir. Lo que no se sabe es qué tendrán que decidir. Porque ya no hay ninguna oferta encima de la mesa, ya no hay ningún plan concreto para Grecia salvo la declaración de la quiebra.
El resultado del referéndum del domingo dirá muy poco a los griegos, a Tsipras y al mundo. Porque la pregunta se realiza sobre un paquete de medidas caducadas que ya no existen. Eso ha conseguido el gobierno griego. Que no haya nada, ni en los bancos, ni en las arcas de Estado, ni en el programa de Syriza ni en su propio futuro. Sin materias primas, sin tecnología, sin industria, sólo con turismo, Grecia no va a poder cambiar su futuro. Especialmente porque tampoco le quedará el turismo este año. Ningún visitante va a viajar al interior de un corralito organizado por la izquierda radical.
Un sí en el referéndum (no se sabe a qué concretas cuestiones, puesto que ya nada hay sobre la mesa de negociación) podría sugerir a Tsipras que los griegos votaron en enero como si tuvieran un "calentón" y que en la actualidad, no apoyan a su Gobierno. Y un "no", podría sugerir que el chantaje planteado por Tsipras a sus socios europeos ha calado entre los griegos como un instrumento más para hacer política. Sin embargo, ninguno de los dos resultados sirve a Grecia, que no podrá sobrevivir a un impago. Y eso, solo por una razón evidente: quien no puede sobrevivir a un impago griego es Europa, porque entonces se habrán roto todas las reglas y muchos países que han realizado dolorosos ajustes se verían decepcionados. Puede pasar cualquier cosa menos esta: que Grecia impague sin consecuencias.