La profesión económica ha sido, sin duda alguna, la primera víctima de la crisis financiera global de 2008-2009. Después de todo, sus representantes no supieron anticiparse a la calamidad y muchos parecían incapaces de decir nada útil cuando llegó el momento de formular una respuesta. Sin embargo, y al igual que con la economía global, hay motivos para esperar que la disciplina se va a recuperar.
La crisis desacreditó los modelos económicos populares porque, sencillamente, no admitían su posibilidad. La formación que priorizaba la técnica sobre la intuición y la elegancia teórica sobre la relevancia en el mundo real no preparó a los economistas para facilitar la clase de consejos políticos prácticos que hacían falta en circunstancias excepcionales.
Algunos defienden que la solución es el regreso a los modelos económicos más sencillos del pasado, que ofrecían recetas políticas que evidentemente bastaron para prevenir crisis comparables. Otros insisten en que, muy por el contrario, las políticas efectivas hoy en día exigen modelos cada vez más complejos, capaces de englobar toda la dinámica caótica de la economía del siglo XXI.
Es un debate totalmente errado. Los modelos simples tienen su lugar. Son útiles para establecer los puntos directos pero no intuitivos que distinguen a la macroeconomía de otros campos del análisis económico. Nos basamos en esos modelos para explicar, por ejemplo, la paradoja del ahorro, según la cual las decisiones individuales de aumentar el ahorro pueden, al deprimir el gasto y la producción, provocar que la población en su conjunto ahorre menos. Al mismo tiempo, los modelos complejos pueden ser de utilidad para ilustrar casos especiales y recordarnos que el mundo es un lugar caótico.
Ninguna clase de modelo es útil, eso sí, para prestar el asesoramiento práctico que los políticos necesitan en una crisis. Ambas son demasiado estilizadas como para ser útiles en el análisis abstracto. Para que puedan ser de utilidad, hacen falta pruebas.
La gran desconocida para los protagonistas de este debate de modelos es la revolución probatoria que se está produciendo. Mientras los miembros mayores del establishment económico continúan debatiendo sobre los méritos de unos marcos analíticos concurrentes, los más jóvenes aportan nuevas pruebas importantes sobre cómo funciona la economía.
Por ejemplo, un debate antiguo en macroeconomía se ha centrado en cómo responden los precios a las noticias económicas y si las empresas traspasan a los consumidores los cambios en los precios de importación que se derivan de los flujos de cambio. Hoy, los grandes datos prometen mejorar nuestra capacidad de comprender e incluso predecir esas respuestas. Una aplicación de ese enfoque, el proyecto de los mil millones de precios de MIT, emplea miles de millones de observaciones tomadas de tiendas online para seguir la inflación. Un segundo enfoque se centra no solo en los grandes datos sino en los datos nuevos. Los economistas usan rutinas automatizadas de recabar información, los bots, para arañar pedazos de información novedosa sobre las decisiones económicas de la red. Las webs donde los artistas comerciales entregan diseños de logos a empresas y los redactores autónomos prestan servicios a escritores prometen arrojar más luz en cuestiones como los factores de la innovación.
Un tercer enfoque recurre a la evidencia histórica. Varios comentaristas han observado que la crisis financiera global ha sido buena para la historia económica porque ha dirigido la atención a las crisis anteriores y las lecciones que podían extraerse de ellas. Es cierto que la historia económica nunca ha dejado de desempeñar su papel en la investigación económica pero la crisis financiera sirvió de recordatorio útil de que la historia está repleta de sucesos similares y demuestra qué respuestas políticas funcionan. Esto coincidió después con la disponibilidad de unos datos históricos más amplios sobre el funcionamiento de la economía. Los historiadores economistas llevan mucho tiempo recogiendo información de registros parroquiales, censos de población y declaraciones financieras de empresas pero trabajar con archivos polvorientos se ha vuelto más fácil con la llegada de la fotografía digital, el reconocimiento mecánico de caracteres y los servicios remotos de entrada de datos. Los conjuntos más amplios de datos permiten a los historiadores económicos abordar cuestiones claves (por ejemplo, cómo afectan las condiciones económicas agregadas a las decisiones de participación en el mercado laboral en distintos momentos) con más efectividad que antes. Esta referencia a distintos momentos apunta al cuarto y último foco de atención del nuevo estudio empírico: las instituciones. Los modelos macroeconómicos han ignorado el papel de las instituciones, desde los sindicatos y la patronal hasta los esquemas de derechos de la propiedad y mecanismos de redistribución. Tomarlos en serio implica considerar largos intervalos históricos porque las instituciones cambian lentamente y varían solo con el tiempo. Esta renovada atención a la historia está permitiendo que los economistas consideren más sistemáticamente el papel de las instituciones en los resultados macroeconómicos.
Estos avances suponen una transformación para la economía. Hace un par de décadas, el análisis empírico se basaba en unos conjuntos de datos pequeños y limitados. Los marcos analíticos son necesarios para entender los datos pero hay motivos para esperar que, en el futuro, las conclusiones y el asesoramiento político de los economistas tomen forma no por la elegancia de esos marcos sino por su capacidad para ajustarse a los hechos.