
Este domingo Finlandia celebra elecciones. La crisis ha monopolizado la campaña. Los partidos advierten a los electores que deberán apretarse el cinturón. Uno de los máximos defensores de la austeridad probará su propia medicina. Tras tres años consecutivos de recesión, reformas estructurales y medidas de consolidación fiscal son la inevitable receta para frenar el endeudamiento.
El próximo Ejecutivo tendrá que realizar ajustes de 6.000 millones. La única novedad estructural importante acordada ha sido la del sistema de pensiones, elevando la edad mínima de jubilación de 63 a 65 años. Queda por hacer una amplia reforma del sistema sanitario público y la reducción del número de municipios mediante fusiones territoriales, a fin de recortar el gasto de las administraciones. Cabe esperar que no se toque el sistema educativo, uno de los mejores del mundo.
Los recortes en las prestaciones sociales afectarán sobre todo a los casi 700.000 finlandeses (casi el 13 por cien) que viven por debajo del umbral de pobreza: sus ingresos se sitúan por debajo del 60 por cien de la renta media nacional. El crecimiento este año no superará el 1%. El PIB no recuperará el nivel anterior a la crisis hasta 2018.
En seis años ha pasado de tener un superávit del 4,2% a registrar un déficit del 3,2%. Las principales causas del deterioro son el desplome de las exportaciones, el declive de sus dos industrias clave (forestal y tecnológica) y la pérdida de competitividad.
De especial gravedad para las exportaciones son los problemas por los que atraviesa Rusia. En los últimos años, tan solo la contracción de la productividad del sector tecnológico (y el emblemático gigante Nokia) tuvo un efecto negativo sobre el PIB del 4,4%; más que el resto de industrias juntas. La alta competitividad se ha visto afectada por el alza de costes laborales. El mayor desempleo ha reducido los ingresos fiscales y elevado el gasto público en subsidios hasta los 4.800 millones de euros en 2014.
El envejecimiento es otro enorme desafío: se prevé que la tasa de población activa se reduzca del actual 64,5 al 58% en 2030. Al mismo tiempo, el porcentaje de pensionistas crecerá del 18 al 26%.
La preocupante situación favorece al opositor Partido del Centro, liderado por Juha Sipilä. Encuestas dan la victoria a los conservadores de Sipilä con algo menos de un cuarto de los votos. En segundo lugar quedarían los socios de la coalición gubenamental: los liberales de la Coalición Nacional del primer ministro Alexander Stubb y el Partido Socialdemócrata Finlandés de Antti Rinne, con un 17 por cien para cada uno. Con un 16.2% sigue de cerca el grupo de los ultraconservadores Verdaderos Finlandeses, hoy Finlandeses a secas, liderados por Timo Soini.
En el Parlamento de 200 escaños, Sipilä no podrá gobernar en solitario con los 53 que los sondeos pronostican para su formación. Necesitará socios de coalición y esa podría ser la oportunidad del partido de Soini. Recuérdese que los ultraderechistas fueron la sorpresa en 2011 al convertirse en la tercera fuerza política. De hecho, el único partido con representación parlamentaria que ganó escaños gracias a sus posturas radicales en cuestiones importantes.
Así, y pese a haber perdido parte del apoyo obtenido en los anteriores comicios, los Finlandeses y su postura contraria a los rescates se pueden ver beneficiados por la polémica en torno a la deuda griega. Al igual que otros partidos populistas, pretenden limitar la inmigración, defender los valores familiares y hacer frente a Bruselas. Con la intención de formar parte de un hipotético Gabinete presidido por Sipilä, han suavizado algunas reivindicaciones y parte de su peligrosa retórica populista. Ahora son cortejados por todos.
Sipilä "estaría feliz" de tenerlos en el Gobierno. Stubb sostiene que el partido de Soini es "mucho mejor" de lo que su reputación en el exterior lleva a pensar. Para lidiar con los partidos populistas de los países nórdicos los métodos varían. Se les ignora en Suecia, donde su fuerza electoral aumenta. En Dinamarca no han entrado en gobierno alguno, pero tras prestar apoyos parlamentarios siguen ganando votos. Sólo en Noruega, donde participan en el Ejecutivo, su pérdida de respaldo es constante. Esa experiencia -aunque arriesgada- vuelve a mostrar que integrarlos sea quizá la opción menos mala. Parece que también Finlandia optará por ello.