
Nunca soplan vientos favorables para el que no sabe adónde va, escribió Séneca a Lucilio, quizás porque veía venir hace dos mil años la buena coyuntura que el Gobierno iba a encontrar y el poco partido que sacaría de ella.
¿Qué mérito tiene que el petróleo caiga, ayudando a controlar nuestra balanza de pagos y los costes de energía, y que los tipos de interés estén por los suelos, reduciendo el coste del fuerte endeudamiento público y privado? Del Gobierno ninguno. Le ha tocado la lotería, pero me temo que se va a gastar el premio apuntándose el tanto.
Y hay que temerlo, porque ya han dilapidado la oportunidad que representaba esta crisis para transformar de verdad la economía española. Qué más hubiera dado que les pusieran a caldo un poco más si hacían lo que había que hacer; pero no, lo fácil era hacerse socialdemócrata, como Podemos, porque en este país entre eso y cobrar en B se alcanzan las excelencias de la política.
Pues bien, este Gobierno socialdemócrata que baja impuestos a regañadientes y que apenas ha transformado nuestra economía, ahora saca pecho de lo bien que hace las cosas y recibe felicitaciones porque aún hay quien se ha quedado más quieto que él en esta Europa inmovilista. Es verdad que España mejora, pero ¿cómo no después de haber llegado al fondo del fondo?
Cuánto más mejoraríamos y aprovecharíamos la coyuntura si se hubiera liberalizado y simplificado aún más el mercado laboral, desjudicializándolo; si se hubiera hecho una verdadera unidad de mercado, eliminando el galimatías autonómico radicalmente de la actividad económica de las empresas; si se hubieran bajado impuestos y cotizaciones sociales desde el primer momento a cambio de recortar unos gastos de la administración que son un lujo que seguimos sin poder permitirnos.
Cuánto más mejoraríamos si decididamente se acabara con el cártel de la energía, que no repercute las bajadas del precio del petróleo; si se hubiera permitido las misma reestructuración de deudas y facilidades financieras a los pequeños empresarios que se les consiente a los grandes; si se hubiera actuado decididamente contra la corrupción y no esperar a que carcoma el país, su prestigio y su marca, como si mirarla de frente fuera a convertirles en estatuas de sal.
Cuánto más mejoraríamos si se tuviera un discurso inteligente para oponer al separatismo, con la fuerza que da la legalidad y el poder, que sin embargo teme ejercerse, salvo si a quien se le impone es a cualquier ciudadano; si en lugar de felicitarse cada vez que se consigue subastar deuda un poco más barato, lo hicieran por no tener que emitirla al haber eliminado el despilfarro que supone tanto colocado improductivo en empresas públicas, los cientos de organismos variopintos totalmente inútiles y las subvenciones que no sirven más que para gastar y mantener paniaguados.
A este Gobierno no le da miedo Podemos, porque en socialdemocracia tiene más méritos que los de Errejón para conseguir chollo-becas. El PSOE está desdibujado y los sindicatos desorientados y acorralados por la corrupción, pero ese viento favorable para reformar la economía tampoco ha servido para nada, principalmente porque han preferido mantener la ficción del compadreo institucional que meterle el diente de verdad a los problemas. Su política económica, centrada en mantener un fortísimo gasto público, con escasa modificación de las estructuras del Estado, claramente escleróticas, y con un parco espíritu reformista, sólo puede apuntarse el tanto de la reforma financiera que surgió en la práctica de la perentoria situación que provocó el descalabro de Bankia, profecía autocumplida. El resto de lo sucedido hasta ahora y los pilares sobre los que se asienta la recuperación económica no tienen como raíz, principalmente, las bondades de lo hecho, sino el devenir natural de una crisis que se terminaría en el mismo momento en que Miguel Ángel le decía a Julio II cuando concluiría la Capilla Sixtina, es decir, cuando se acabara.
Así, el Gobierno fía a una tímida reforma fiscal, al regalo de un petróleo barato y a un coste de financiación muy favorable todo el trabajo que en otras materias no va a realizar en la esperanza de que los ciudadanos crean que han sido sus acertadas políticas las que crean empleo y excitan el consumo, cuando en realidad se tratará de una conjunción planetaria más afortunada que la que pudo jamás soñar Pajín. Los vientos favorables nos llevarían más lejos si el Gobierno quisiera ir a alguna parte, pero de aquí a las próximas elecciones se conformará con no hacer con tal de no meter la pata, tónica general de toda la legislatura, que tiene en el televisor de plasma de Moncloa un buen resumen.