Opinión

El año que viviremos peligrosamente

Mariano Rajoy

El conflicto catalán puede dar al traste con los dos años de reformas y frenar en seco la recuperación.

El Rey lo definió en pocas palabras, la crisis no se resolverá "hasta que los parados tengan la oportunidad de trabajar". También es de agradecer el esfuerzo que ayer hizo el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien hizo hincapié en todos los datos económicos que mejoran, incluido el del empleo, aunque sea levemente. Su Gabinete entregó un documento, "Dos años de reformas", que suena al epitafio que se coloca al pie de la obra de toda una vida. ¡Y lo que nos queda!, que diría el otro.

Rajoy quiso ser prudente a la hora de hacer balance de sus conquistas. Hasta el extremo de que, cuando se despidió de los periodistas, lo hizo con un "espero que 2014 sea un poco mejor", aunque inmediatamente, corrigió: "mucho mejor". La consabida dicotomía entre la razón y el corazón.

Un confidencial señalaba esta semana que el presidente compara en privado la situación española con la del Barça en la Liga de fútbol: "No va bien, pero es el líder". Rajoy se refiere así a que la economía española acapara los elogios de los dirigentes europeos, aunque tenga serios problemas de funcionamiento. Pese a su sentido del humor socarrón, tan gallego, creo que lleva razón. Nadie acaba de fiarse de 2014, aunque todos esperamos que las cosas vayan mejor.

Como informó elEconomista, económicamente el tema más preocupante es Cataluña. Su PIB equivale a casi un cuarto del español. Si el presidente de la Generalitat, Artur Mas, cumple a rajatabla su plan, consistente en convocar elecciones plebiscitarias en el momento en que el Constitucional desapruebe la consulta, y el Gobierno saliente de las urnas realiza una declaración unilateral de independencia, el lío que puede armar en los mercados es monumental. Así lo empiezan a reconocer los economistas.

Rajoy constató en la comparecencia de ayer que está preocupado por la repercusión económica del soberanismo catalán, aunque curiosamente su respuesta es la de siempre, no hacer movimiento alguno. En el PP explican que está atrapado en la telaraña de su partido, que reclama un giro a la derecha en este y otros asuntos, como el del aborto. Un guiño a la facción más conservadora, que lo puede derribar del Gobierno.

Me consta, además, que Rajoy dirige con un ojo puesto en la marcha del país y otro en las encuestas sobre expectativa de voto. Él es muy disciplinado y siempre utilizó esta técnica, que le ha dado buenos resultados desde la oposición.

El Gobierno tiene delante una oportunidad de oro para comenzar a calmar a los catalanes: la reforma de la financiación autonómica prevista para el verano próximo. Una ocasión que puede aprovechar para ceder la recaudación del IRPF a las autonomías históricas y poner fin al "café para todos" que Aznar y Pujol rubricaron en el famoso Pacto del Majestic, a cambio de miles de millones en infraestructuras por debajo de la mesa para Cataluña. Hasta el País Vasco se arrancó esta semana con otra consulta soberanista en 2015 por temor a que le toquen el Cupo. La experiencia demuestra que los dirigentes no suelen mover ficha hasta que el choque de trenes es inevitable.

La peor parte se la llevaría Cataluña. Su futuro fuera de la Unión Europea y del euro es imposible. Mas vende humo con que seguirán en la moneda única. Pero es mentira, es como Argentina con el dólar, porque nunca podrá disfrutar de la protección de las instituciones europeas ni de la política del BCE, claves en la resolución de la crisis.

Su gran problema es la falta de reconocimiento internacional a su proyecto. Cada vez que levanta la voz, algún dirigente europeo, le recuerda que el nuevo Estado catalán estaría fuera del mapa europeo. Rajoy sabe que ahí es donde más le duele y maneja muy bien los hilos exteriores contra él, con excepción de Israel por culpa de Margallo. El reconocimiento internacional es una condición imprescindible para cualquier Estado, como se ve en el eterno conflicto palestino. Con todo, es necesario reconocer que existe un sentimiento creciente en favor de la soberanía en Cataluña que hay que encauzar de alguna manera.

Fuera de la cuestión catalana, la mayor inquietud está en la deuda. En este nuevo año, la veremos superar el cien por cien del PIB, la línea roja que puede hacerla inasumible a medio plazo. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, la sigue alimentando a través del plan de proveedores y del FLA autonómico para disfrazar el cumplimiento del déficit. Esta semana confesó, además, que la rebaja de impuestos se aplicará en tres años, con lo que el grueso del recorte queda aplazado a 2017, después de las próximas elecciones generales. Una tomadura de pelo.

En estas delicadas circunstancias, si el conflicto catalán estalla, todo se irá al traste. Confiemos en la pericia de nuestros gobernantes para superar las adversidades de este año esperanzador. Aquí estaremos para contárselo. Hasta entonces, Feliz 2014.

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