
Como Gibraltar no logra tapar el 'caso Bárcenas', ahora se recurre a la manga ancha en el gasto.
Las incertidumbres que señalaba para el otoño en mi último artículo se adelantan por el conflicto sirio. El Gobierno intenta convencernos a cada dato que se publica que estamos a punto de abandonar la recesión, pero ni la coyuntura internacional, tan importante como la nacional, acompaña. ¡Vaya mala pata!
No es el toro tan bravo como lo pintan. Es verdad, como comentaba en este espacio la semana pasada, que la debilidad de los países emergentes y los asiáticos dibuja un panorama poco halagüeño. Es cierto que la dichosa retirada de estímulos de la economía americana presagia otra tormenta en los mercados. Pero las dudas sobre nuestra economía son también importantes. El crecimiento que adelantaba esta semana el secretario de Estado de Economía, Fernando Jiménez Latorre, se basa casi exclusivamente en la exportación y el turismo. Los demás sectores sufren los rigores de la depresión y el inmobiliario, lejos de levantar cabeza, continúa arrojando caídas de precios. Del esperado incremento del consumo interno no existen indicios.
¿Cuál es la estrategia oficial ante este panorama? El Gobierno, con el consentimiento alemán, pone fin a la etapa de ajustes. Confía en que el impulso de las reformas acometidas y la coyuntura internacional sean suficientes para levantar el vuelo. Pero resulta que la caída del PIB el año pasado fue del 1,6 en lugar del 1,4 por ciento anunciado (es decir, más cercano a la previsión del FMI que a la del Gobierno, pese a las duras críticas a los informes del organismo). Y que el déficit público superó la barrera del 7 por ciento acordada con Bruselas, pese a todos los jeribeques de Montoro para impedirlo.
Conocedor de la marcha de las reformas, el pepito grillo del Bundesbank salió esta semana a denunciarlo, y con razón. Aunque enseguida el ministro de Economía germano, Wolfgang Schäuble, puso a España como ejemplo de "la política de austeridad que da sus frutos en la eurozona". Se trata, por cierto, del mismo Schäuble que vetó a Luis de Guindos para la presidencia del Eurogrupo por la situación española. Veremos qué opina, cuando pasen las elecciones alemanas. Es obvio que ahora no le interesa agitar las aguas.
Al margen de estos dimes y diretes, ¿qué hacemos para recuperarnos? Por una parte, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, anuncia que los funcionarios volverán a cobrar este año la paga extra, en contra del criterio de todos los analistas, que advierten que conducirá a incumplir de nuevo el déficit. También está dispuesto a conceder mayor autonomía fiscal a las autonomías para que suban impuestos y apliquen más tasas, además de las miles ya en vigor.
En el frente del empleo, la ministra del ramo, Fátima Báñez, da ligeros retoques a la reforma laboral, para simular que sigue los consejos de Bruselas. Pero la dura realidad es que la reforma laboral contuvo las alzas de los salarios, pero apenas sirvió para reducirlos; incrementó la temporalidad, aunque en el último trimestre haya signos contradictorios; y en el 60 por ciento de los casos los jueces dictan en contra de los expedientes de regulación de las empresas.
La respuesta de Báñez, hasta ahora, es una tímida reforma de los reglamentos para contener a los magistrados, un plan para agilizar el papeleo en los contratos en lugar de reducir las modalidades de 40 a alrededor de cinco y ¡pásmense! otro para evitar la congelación de las pensiones.
No veo por ninguna parte la política de rigor presupuestario y de ajustes estructurales que habían prometido. Con pan las penas son menos. Como lo de Gibraltar no es suficiente para acabar con las secuelas del caso Bárcenas, vuelve la política de manga ancha en el gasto. Con las exportaciones y el turismo tirando del carro económico sólo vamos a lograr salir de la crisis al ralentí, con crecimientos próximos a cero y una tasa de paro elevada y endémica, basada en contratos temporales, mientras los empresarios no recuperen la confianza en el largo plazo. Si el frente internacional, además, se complica, auguro más problemas.
Por lo menos, Rajoy acierta al optar por el perfil bajo en relación al tema sirio. Sólo nos faltaba meternos en una guerra. Obama sigue los pasos erróneos de sus antecesores. El conflicto de Irak iba a terminar tras un ataque selectivo a sus arsenales de guerra y a los palacios de invierno de Sadam Hussein y se prolongó varios años. Siria ha amenazado con represalias con el apoyo de Irán si es agredida. El uso de armas químicas contra su población es un hecho criminal y lamentable, pero Obama debe medir muy bien los riesgos si no quiere salir malparado.
La economía de Estados Unidos está muy débil y el ajuste fiscal está aún pendiente. Si el conflicto se prolonga, el efecto para la coyuntura mundial, con la recuperación aún en ciernes, puede ser muy dañino. Las guerras se sabe cuando comienzan, pero nunca cuando acaban.