Opinión

Cómo cambiar previsiones pesimistas

Sólo por la vía de la oferta creceremos y eso significa menos ingresos y menos gasto público.

En el Encuentro Anual del FMI, celebrado estos días, se han dado a conocer sus nuevas previsiones de crecimiento económico internacional para el próximo año. Más allá del tono pesimista, con un crecimiento del comercio internacional de poco más del 3 pro ciento, en relación con un incremento superior al 5 por ciento en 2012, destaca la revisión a peor de los países de la UME y, claro está, de España. Parece que la mayoría de los especialistas en previsión económica están revisando estos días las cifras y no sabemos si el -1,3 por ciento, que ahora asigna el FMI a España, será el dato hacia el que converja ese nuevo consenso. En todo caso, no parece que haya intención por parte del Gobierno español de enmendar su propio cuadro macro y, al contrario, sí parece que hay voluntad de sostener el -0,5 por ciento de decrecimiento para 2013.

A nadie se le escapa que sobre estas previsiones se aquilata la política fiscal del Gobierno y que en ello va una parte del crédito concedido a la eficacia de ese instrumento de política económica para el próximo año, sobre todo en una de las economías más abiertas del mundo.

No obstante, hay que subrayar inmediatamente que las diferencias radican en que el Gobierno confía, mucho más que los especialistas en previsiones económicas, en el efecto a corto plazo de sus propias reformas, además de considerar adecuado y razonable el ritmo de recorte del déficit y del gasto. Es decir, confía en que además de orientar el déficit hacia la consolidación fiscal, quizás con algunas desviaciones que no desvirtúan ese objetivo, va a conseguir dar un giro en algún momento de 2013 a la senda de crecimiento económico español.

La cuestión clave está en saber si las medidas que ha tomado el gobierno serán efectivamente las que propicien una reasignación rápida de recursos hacia el crecimiento y justifican sus previsiones. Si nos fijamos en lo que la propia Madame Lagarde señaló en el citado meeting del FMI, hasta cinco elementos serán los relevantes para dejar atrás la crisis y restablecer la senda de crecimiento: una política monetaria acomodaticia, con un papel activo por parte de los bancos centrales; un ajuste fiscal, con un redimensionamiento del gasto -a la baja en relación con el PIB-, pero que tuviera un ritmo realista de ajuste a medio plazo; una reforma (una "limpia" también valdría como traducción) profunda del sistema bancario, y un paquete reformador que impulsara la productividad de las economías. A mayor abundamiento del asunto, el World Economic Forum, en su Informe de Competitividad de este año, señala que en España se podría incrementar la actividad económica privada en cantidad y en calidad si se hiciera frente al menos a los cinco problemas más importantes que se detectan: el acceso al crédito, la regulaciones laborales, una burocracia pública ineficiente, una insuficiente capacidad para innovar y un nivel impositivo excesivo y quizás no bien diseñado.

En el caso español, hay luces y sombras en relación con ese programa de salida de la crisis. Las luces son las reformas emprendidas en materia laboral y financiera, sobre todo. Las sombras tienen que ver con una posible incongruencia, cuando se confía muy poco en una salida de la crisis por la vía de la demanda -sobre todo interna-, y mucho menos por la vía presupuestaria, y se observa que los impuestos siguen subiendo en relación con el producto y que los gastos públicos no se reducen ni se reasignen en la proporción adecuada.

La tesitura del Gobierno está en decantarse por la oferta o por la demanda, porque lo que está claro es que no va a poder jugar las dos cartas. A corto plazo, la carta de la demanda es no reducir en exceso el gasto y, como se está viendo, subir los impuestos. Se buscaría una mínima calma temporal, esperando que amaine el temporal.

Pero solamente la carta de la oferta nos puede llevar al crecimiento en los próximos meses y eso obliga a un menor peso del gasto y del ingreso público en el conjunto de la economía, con una reorientación de todos esos recursos hacia una oferta distinta de la actual. La previsión de un crecimiento exportador del 6 por ciento, en el nuevo contexto de caída pronunciada del comercio mundial hasta el 3,5 por ciento en 2013, tiene que llevar a una reformulación rápida de las políticas de superávit exterior, tanto desde el lado del saldo comercial como desde el lado del movimiento de factores. En otro caso, va a ser difícil que el Gobierno mantenga sus previsiones; y si esto no es así, no solamente significará que ha añadido más incertidumbre al sistema económico, sino que no ha orientado los recursos que gestiona en la dirección adecuada, con la consiguiente rémora en la salida de esta crisis.

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