Opinión

La semana francesa

Francia necesita evitar la salida de capitales y que se abra su diferencial con Alemania.

Toda Europa está a la espera de las elecciones francesas. Hasta el BCE por lo que pudimos ver en la reunión de Barcelona. Nada nuevo en el comunicado final, ningún anuncio sobre posible expansión del programa de compra de deuda pública, nada sobre nuevas inyecciones de liquidez a largo plazo al sistema bancario, ni siquiera unas actualizadas perspectivas económicas. Esperar y ver.

Toda Europa y no solo Francia está dividida. Los partidarios de la expansión fiscal se las prometen felices. Pero ojalá no tengan lo que desean, porque un paso en falso -tanto en la negociación del nuevo pacto fiscal como en las promesas de gasto público y creación de empleo subsidiado- pueden acabar con la mermada credibilidad del euro y provocar una crisis institucional y económica de proporciones desmedidas. Los más conocedores del todavía candidato subrayan que es un hombre conservador, del aparato -del aparato del partido socialista y de la tradicional clase dirigente francesa-, comprometido con una idea de Europa más proteccionista e intervencionista, pero plenamente consciente de la necesidad de entenderse con la vecina Alemania. Los más críticos, entre los que se encuentran muchos euroescépticos como The Economist y muchos liberales asustados por su retórica anti mercado y sus ataques a los ricos, temen el efecto explosivo de sus compromisos electorales. Francia necesita evitar la salida de capitales y que se abra aún más el diferencial con la deuda alemana. Mi opinión personal, como ya deben saber los lectores, es que muy poco va a cambiar, porque la consolidación fiscal no es un capricho sino una consecuencia necesaria de la globalización y del fin del excepcionalismo europeo. Pero el proceso de aprendizaje será duro para una nueva administración deslumbrada por su previsible éxito electoral y su tendencia irrefrenable a considerase el ombligo del mundo.

El nuevo presidente se va a encontrar el mismo lunes con una ingente lista de tareas pendientes. En casa tendrá que aclarar urgentemente cómo va a cuadrar sus promesas electorales. Más gasto, más empleo público y mantenimiento del déficit no suman, porque la demagógica oferta de subir los impuestos a los ricos, el 75 por ciento de marginal en el IRPF para ingresos millonarios, es en términos recaudatorios una menudencia y Francia se arriesga a tener unas cuentas públicas peores que las portuguesas, con lo que habría de despedirse de su estatus de acreedor preferente. Aumentar el tamaño del sector público, que ya es en Francia de los más elevados de Europa y por tanto del mundo y amenaza con llegar al 57 por ciento del PIB es poco compatible con una economía dinámica y competitiva.

Pero el electorado socialista francés se nutre de funcionarios y trabajadores del sector público empresarial para los que la mera mención a las privatizaciones, ajuste salarial o reconsideración de las horas trabajadas es una traición a la causa progresista. Habrá desengaño y malestar social, lo que será caldo de cultivo para nuevas deserciones del sistema, que ya suman casi la tercera parte de los votantes, o rebaja de la calificación de la deuda. Y si por un casual ganase Sarkozy, llegará el otoño de los descontentos y la agitación. En definitiva, más inseguridad y más incertidumbre. Nada bueno para los mercados.

En Europa, la urgencia no es menor. Hay decisiones personales que tomar, algunas de las cuales afectan a España como cubrir la plaza que deja González Páramo en el consejo del BCE o en su caso qué puesto de consolación nos ofrecen en la nueva arquitectura europea. Pero hay sobre todo decisiones transcendentales para la configuración de la Europa del futuro, como las posibles contrapartidas a la austeridad fiscal, el nuevo papel del BCE, la hipotética conversión de la Autoridad Bancaria Europea (EBA) en el regulador y supervisor centralizado al menos en la Euro Zona, o la configuración del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM) como un auténtico embrión de Fondo Europeo de Estabilización que pueda ejercer una función central de la Hacienda Pública desde los tiempos de Musgrave y qué está ausente en el diseño de la Unión Monetaria. Decisiones no menores para las que el eje franco-alemán ha de funcionar con inteligencia y confianza mutua porque no hay alternativa de liderazgo, dado el papel segundón asumido por la Comisión.

Mientras se dilucidan estas cuestiones europeas que tanto afectan al coste del financiamiento español, aquí seguimos entretenidos con la credibilidad del ajuste autonómico y del saneamiento bancario. En el primer frente no llegan precisamente buenas noticias del nuevo Gobierno andaluz. Han decidido hacer de ariete, "otro mundo es posible", de un modelo socialista dicen que modernizado pero que huele a lo de siempre. No creo que llegue la sangre al río; no habrá intervención porque es el viejo truco del chivo expiatorio. Hay que buscar un culpable externo de los recortes y quien mejor que el gobierno centralista y reaccionario del PP. No es una estrategia muy distinta, ni menos irresponsable, de la de Fernández de Kirchner o Evo Morales, pero con la ventaja de que Griñán sabe poder contar con la disciplina y previsibilidad del Gobierno central para imponer el plan de estabilidad europeo. Ese es el problema del Estado de la autonomías, el problema del gorrón o del polizón, que los gobiernos regionales no tienen ningún incentivo a actuar con sensatez porque sus despropósitos serán enmendados por el enemigo central. Viven por tanto en campaña electoral permanente, de promesa en promesa hasta que Madrid se aburre y se impone y así pueden luego hacerse las víctimas. Del saneamiento bancario seguimos teniendo rumores mil pero nada oficial. La versión española del banco malo parece contar con tres elementos: no habrá nuevo dinero público; los activos serán transferidos a un fondo inmobiliario separado jurídicamente del banco cotizado, a un precio equivalente a la obligación de provisionarlos establecida en el decreto de febrero; y las pérdidas ocasionadas serán asumidas por el FROB que tomará participación directa en el banco cotizado diluyendo el peso de las antiguas cajas. Ese parece el esquema; lo digo a riesgo de tener que rectificar la semana que viene cuando espero esté más claro y podamos hacer un análisis coste beneficio del mismo.

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