El título -que tomo prestado del que John Osborne puso a su muy conocida obra de teatro- describe mi sentimiento personal ante la dura derrota cosechada por el PSOE el domingo pasado. Un amargo sentimiento que tiene que ver con una sentencia castellana que detesto usar pero que viene al caso: "Ya lo había dicho yo".
Muy pocos socialistas en público (aunque sí muchos en privado) se han atrevido durante los últimos años a señalar con el dedo el cúmulo de ocurrencias y despropósitos que trajo consigo el liderazgo de Rodríguez Zapatero.
Desde la liquidación por fin de temporada de la llamada -por él- vieja guardia (y con ella también el desprecio hacia los valores de la Transición) hasta la pésima gestión de la crisis económica, que hoy sigue amargando la vida a muchos millones de españoles, pasando por los desastres causados por una política efectista y mediática y un aventurerismo irresponsable, como, por ejemplo, lo fue el nuevo Estatuto de Cataluña, y todo ello aderezado con un izquierdismo de salón (negar los trasvases, resucitar -a través de la memoria histórica- los viejos demonios, imponer la paridad, etc., etc.) Y sobrevolando todo ello, el nepotismo más absurdo a la hora de seleccionar dirigentes para el Gobierno y el Partido.
Y ahora, en lugar de asumir responsabilidades y dar paso a otra etapa, el domingo por la noche Zapatero le echó la culpa al empedrado y añadió que él sigue. Si de verdad ZP quisiera hacerle un favor al PSOE -con o sin adelanto electoral- se iría ya, olvidándose de la pretensión de heredarse a sí mismo a través de alguna de su cuerda mediante unas primarias. Mientras los turcos rodeaban Constantinopla, los dirigentes cristianos discutían acerca de los genitales de los ángeles. Ante parejas circunstancias, el PSOE anuncia primarias.
Ha llegado la hora de que quienes han recibido en sus espaldas los palos dirigidos a ZP hablen y exijan ya su retirada y que se inicie ya la recuperación, que será larga.
Joaquín Leguina. Estadístico.