Opinión

El primer revés del nuevo predicador

Rodrigo Rato, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y a la sazón máximo responsable de Bankia, aseguró en una conferencia en Valladolid que "nos guste o no, ya no estamos en crisis, sino en la postcrisis".

La frase sorprendió a los asistentes, porque la mayoría no se ha percatado de que habíamos salido de la crisis o, por lo menos, aún no ha experimentado esa sensación. Esta semana se ha podido comprobar. La bolsa de Wall Street cerró el miércoles en su nivel más alto en casi tres años, animada por la buena marcha de las empresas tecnológicas, con resultados de doble dígito.

Un par de días antes, el lunes pasado, nuestro país volvía a ser el objetivo de los ataques de los mercados ante el temor de que Grecia tuviera que devaluar su deuda para poder pagar a sus acreedores.

La abnegada vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, salió, una vez más, a la palestra para desmentir lo del rescate español. Salvando las distancias, me recuerda al primer ministro griego, George Papandreou, quien tuvo que negar durante meses la intervención de su país, hasta que ocurrió.

Salgado prometió nuevas reformas. Entre ellas, la inminente liberalización de los horarios comerciales, que está siendo ultimada, y el acuerdo sobre los convenios de negociación colectiva. La vicepresidenta está dispuesta a legislar por decreto ante la falta de compromiso en la fecha pactada. Pero el titular de Trabajo, Valeriano Gómez, le pidió paciencia, en la creencia de que se logrará un compromiso entre los agentes sociales a principios del próximo mes de mayo.

El mundo comienza a salir de la crisis. Las noticias económicas positivas se multiplican por doquier, mientras que, en nuestro país, hasta el FMI pronostica seis o siete años de agonía. Además, ningún organismo internacional se cree la previsión oficial de crecimiento para este año (1,3 por ciento) y, por ende, que se vaya a cumplir con el déficit de este año y los siguientes.

Se echa en falta el plan de reformas organizado y coherente que el país necesita para crecer. Nos hemos ido de vacaciones de Semana Santa con los carburantes en máximos, sin que al ministro de Industria, Miguel Sebastián, se le ocurra levantar el teléfono para meter en vereda a las petroleras, en lugar de promover medidas sonrojantes para limitar la velocidad. Repsol y Cepsa actúan en monopolio con casi el 80 por ciento del conjunto del mercado.

Los organismos de competencia tampoco funcionan, como denuncia el portavoz económico de la oposición, Cristóbal Montoro. El Gobierno está a punto de acometer su renovación con cargos políticos tanto propios como del PNV y de CiU. Los dos partidos de los que requiere su apoyo para gobernar.

Por si faltaba algo, el candidato socialista in pectore, Alfredo Pérez Rubalcaba, se estrenó con una apuesta -la de reformar la legislación para que las empresas en beneficios no puedan prejubilar con cargo al Estado- que desafortunadamente no podrá cumplir. Rubalcaba se obcecó con el expediente de Telefónica y obvió que su Gobierno promueve más de 11.000 jubilaciones anticipadas en las cajas con dinero del contribuyente.

Además, pasó por alto que el de las prejubilaciones es uno de los pesebres que alimenta a los sindicatos. Aplaudo la intención de Rubalcaba, pero el único camino que hay es liberalizar el despido, de manera que no requiera intervención administrativa. Eso sí que es una reforma valiente, que generaría confianza urbi et orbi. Mal empieza, si en el primer envite sale escaldado.

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