Opinión

Lorenzo Bernaldo de Quirós: Hay que liberar al cine español de sus cadenas

En 2010, el cine español perdió 6,7 millones de espectadores. La recaudación proporcionada por las películas nacionales cayó un 34 por ciento y las subvenciones recibidas por la industria, sin contar las aportadas por las autonomías, superaron en 20 millones de euros los ingresos de taquilla.

A pesar de toda la panoplia de subsidios y de otro tipo de medidas proteccionistas recibidas desde hace décadas, la industria cinematográfica española no ha logrado hacerse un hueco en el mercado del tamaño y de la rentabilidad suficiente para sobrevivir sin la asistencia de Papá Estado.

Al margen de cualquier otro tipo de consideraciones, esta situación refleja un hecho elemental: el cine español no gana dinero por la sencilla razón de que la gente no quiere ir a verlo porque no resulta atractivo o, mejor, lo suficientemente atractivo para comprar una entrada.

¿Por qué sucede esto? La respuesta, de nuevo, es evidente. Toda la maraña de medidas para impulsar la industria cinematográfica doméstica ha eliminado los incentivos de los productores, de los directores y de los guionistas para satisfacer los deseos de los consumidores, esto es, de los espectadores.

Con el dinero de los contribuyentes se fabrican películas que probablemente sean muy gratificantes para quienes las hacen, pero que no tienen interés alguno para quienes deben ser sus destinatarios y, por tanto, el público no acude a los cines para verlas.

Las entradas para ver una película de Hollywood cuestan lo mismo que para una española. Si las primeras dominan el mercado, es porque a los consumidores les gustan más.

En suma, el aparato subvencionador y protector de las producciones nacionales ha impedido el desarrollo de una industria competitiva en ese sector que, como cualquier otra, necesita para sobrevivir del concurso del consumidor soberano.

El problema no tiene solución mediante fórmulas intervencionistas. Aunque se aumentase la cuota obligatoria de pantalla a favor de las películas españolas en todos los medios audiovisuales, aunque se incrementasen todavía más las subvenciones, etcétera, nada de eso servirá si los filmes no ofrecen lo que los espectadores exigen para pagar una entrada y, a la vista de los resultados, es obvio que el público no acude a las salas para contemplar producciones españolas aunque haya excepciones que, en todo caso, confirman la regla.

El fracaso de la actual política cinematográfica es mayor si se tiene en cuenta que el cine español, en castellano, tendría un mercado potencial de más de 300 millones de hispano-parlantes, lo que permitiría aprovechar las economías de escala proporcionadas por ese gigantesco mercado y crear una industria de carácter multinacional si la oferta fuese atractiva.

Sin embargo, de nuevo los subsidios y las demás medidas proteccionistas están al servicio de los productores, de los políticos y de los burócratas cinematográficos cuyos incentivos para producir películas para el mercado internacional son inexistentes.

Esto no tiene nada que ver con un hipotético imperialismo de la industria del cine norteamericana a la que sólo se podría hacer frente con la protección a la industria nacional.

Los dos cines que han gozado de mayor éxito a escala global, descontado Hollywood, son India y Hong Kong, cuyas industrias se asientan sobre bases empresariales orientadas a hacer beneficios.

En Europa, en la mayoría de los países es más fácil hacer una película que en EEUU. En Hollywood, los estudios analizan hasta el detalle los proyectos y no financian aquellos que, en su opinión, no tienen oportunidades de tener un buen resultado comercial. En España no se aplican filtros semejantes. Todo depende de las conexiones políticas de los empresarios del cine.

Es falso que, sin ayudas estatales, el cine europeo y el español no puedan sobrevivir. En los años 30, la edad de oro del cine francés, con éxitos mundiales como L'Atalante de Jean Vigo, Le Jour se Lève de Marcel Carné o La Grande Illusion de Jean Renoir, la industria cinematográfica gala no recibía ninguna subvención y las restricciones legales a la exhibición de filmes americanos eran inexistentes.

En la era del mudo, Francia dominó los mercados cinemato- gráficos mundiales sin ningún soporte del Estado. La competencia permitió combinar un cóctel virtuoso de rentabilidad comercial y creatividad. Pues bien, ese binomio no puede funcionar, y décadas de experiencia lo demuestran, al margen de un mercado libre y competitivo en la industria del cine.

Por otra parte, un mercado competitivo en la industria cinematográfica permite y facilita la puesta en marcha de proyectos innovadores que, si bien tienen una vocación minoritaria, explotan un nicho de mercado que les hace rentables e incluso llegan a convertirse en grandes éxitos de público.

En este sentido, las películas de bajo presupuesto, tema que se ignora, son más comunes en EEUU que en Europa y han dado obras maestras al Séptimo Arte como Blood Simple de los hermanos Coen o The Blair Witch Project, por citar dos ejemplos. Todos esos filmes se hicieron bajo el control del director liberado de las restricciones de los estudios.

Ese cine independiente de las grandes productoras ha tenido un desarrollo brutal en EEUU desde los años 90 y sin soporte financiero de las autoridades públicas. En un mercado global, basado en la división internacional del trabajo, una industria puede aprovechar o crear ventajas competitivas y ser rentable sin necesidad de contar con presupuestos estratosféricos.

Los talentosos príncipes del cine español deberían plantearse que quizá la gente no va a ver sus películas porque no les dan lo que quieren, es decir, porque no les gustan.

Tal vez, las exigencias estéticas del público sean muy inferiores a las de los burócratas de la industria, pero es injustificable que se fuerce a los contribuyentes a pagar con su dinero para que otros, a su costa, produzcan cosas que no quieren comprar? Parece elemental?

Eso sin contar con que una parte sustancial de los filmes españoles es dudoso que responda a los cánones de calidad, etc. que se arrogan sus fabricantes. El cine español necesita ser liberado de sus cadenas para que florezca el talento, la creatividad y su propia viabilidad. Debe buscar su soporte en el público, no en los políticos.

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

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