La aventura-desventura del Estatut ejemplariza ese cínico dicho por el que "los políticos son quienes crean problemas donde no existen? que son incapaces de solucionar".
Pascual Maragall (inmejorable alcalde de Barcelona) creyó en su propia excelencia y propuso primero el fracasado y carísimo Forum, y después un nuevo Estatut (ajeno a la ciudadanía) pero que encandiló a la casta política. Y fue Troya.
Los diferentes partidos en frenética competición parieron un texto tan farragoso como ambicioso, inconstitucional en puntos nucleares.
Las incidencias del Congreso y posteriormente del más desprestigiado Tribunal Constitucional de Europa no han servido para otra cosa que para alimentar el victimismo nacionalista. La pasión de los catalanes por su flamante Estatut era perfectamente descriptible cuando al referéndum (constituyente de la nación que no administrativo) acudió menos de la mitad del electorado.
Ahora sorprende que sorprenda la visceralidad del presidente José Montilla, que exige nada menos que una renegociación con su propio compañero, el presidente Zapatero, para modificar la legalidad existente, ya que ésta no se adapta al proyecto estatutario.
Presente aplicación del dicho "si la realidad no se adapta a la teoría, tanto peor para la realidad".
Y en ésta estamos. Cayendo chuzos de punta, con casi 5 millones de parados, la economía por los suelos y el crédito de Cataluña (A+) por debajo del español (AA).
Tanta frivolidad ha puesto en crisis la propia estructura de la sociedad española. El devenir de Cataluña se presenta mucho más grave que el producido en Euskadi por la barbarie etarra. Precisamente porque se articulará sobre la movilización social, en plena campaña electoral.
Esos catalanes que todo ignoraban del Estatut, como lo ignoran tras la sentencia del Tribunal, el recorte lo sentirán como un fraude, como un hurto de lo que entonces no les importaba y ahora toca sus sentimientos.
Javier Nart, abogado.