Opinión

Fernando Fernández: Una idea de Europa

Los economistas europeos no acaban de entender el porqué del castigo a Europa que recogen los diferenciales de la deuda soberana. No lo explican ni los fundamentales -nivel de endeudamiento, déficit público, perspectivas de crecimiento, desequilibrios de balanza de pagos- ni la dinámica interna de los mercados. He tenido la oportunidad de comprobarlo esta misma semana en un seminario en Bruselas donde ilustres colegas hablaban con gran elegancia de la irracionalidad de los mercados. Para mí es muy sencillo.

¿Se imaginan al estado de Washington utilizando la acción de oro para evitar que una empresa privada de California se haga con las acciones que la Telefónica de Washington tiene en una compañía conjunta en el Reino Unido? No, verdad; pues eso es lo que acaba de pasar en Europa, Portugal. Intenten explicarle a un americano cómo se compatibiliza eso con la irreversibilidad de la Unión Monetaria. Conviene tener las cosas claras antes de embarcarnos en aventuras exóticas, como se hizo en el Consejo de Mayo.

Cambió la naturaleza de la Unión Monetaria por necesidad, no por vocación o convicción. Y el coste de la improvisación ha sido una cierta renacionalización de la política económica europea, o en el lenguaje oficial, un triunfo del intergubernamentalismo frente al método comunitario. Vamos que los gobiernos le han ganado el partido a la Comisión.

Mientras, los mercados dicen que creerán en Europa cuando las operaciones transfronterizas sean tan habituales que no ocupen titulares y cuando hayan desaparecido las empresas públicas. Hasta entonces la considerarán una economía emergente, sujeta a una elevada incertidumbre política y regulatoria. Un activo a tener en cartera, pero a gestionar intensamente. Visto lo visto, ¿alguien se lo puede reprochar?

En España, las cosas siguen mal. La incipiente recuperación, que el Gobierno deducía del error estadístico de los datos de crecimiento del primer trimestre, ha abortado. Esa es mi conclusión del Boletín Económico de junio del Banco de España. Excelente documento que, aunque cae frecuentemente en la tentación Greenspan de escribir para que nadie lo entienda, "continuación de la tendencia a una ralentización de sus ritmos de caída, aunque ésta siga siendo intensa", deja claro que los datos de consumo privado y público, producción, comercio internacional, empleo y confianzas no permiten afirmar que la recesión ha terminado. Y conste que los datos se refieren a los meses de abril y mayo, antes de que la desconfianza se volviese a adueñar de los mercados financieros. Habrá quien se consuele con que el paro registrado ha bajado de cuatro millones, pero conviene no hacerse trampas en el diagnóstico.

En términos desestacionalizados, estamos en verano ¿se acuerdan?, el paro ha vuelto a aumentar. En cuanto a los resultados empresariales, aunque esté mal decirlo, es necesario que haya beneficios para que se cree empleo, los datos de la Central de Balances hablan por sí solos. Las empresas privadas han hecho su ajuste y los beneficios han aumentado un 4,8 por ciento.

Pero debido a la caída en los costes financieros -menores tipos y reducción del endeudamiento- y al ajuste de plantillas. Seguimos en economía de guerra. Quedan muchas incógnitas internacionales y domésticas por resolver. Sobre las primeras poco podemos hacer en nuestro papel de comparsa del eje franco alemán. Sobre las segundas, no deberíamos confiar sólo en el encanto de Campa. Hechos son amores y ni la reforma laboral, ni la reforma de las cajas ni el mantenimiento de la ampliación del seguro de desempleo suponen todavía un shock de confianza. Los mercados siguen cerrados.

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