La crisis de la eurozona y la emergencia de un creciente escepticismo en numerosos países del Viejo Continente respecto a la moneda única hace emerger la hipótesis de si es posible o inevitable una ruptura de la UEM, bien porque algún o algunos estados miembros del club monetario decidan abandonarle, bien porque se les expulse de él.
Esta pregunta sugiere dos cuestiones adicionales interconexionadas: ¿estaríamos mejor fuera del euro?, ¿es viable salir de él sin costes prohibitivos? La respuesta a ambos interrogantes es mixta.
Quizá haber entrado en la UEM haya sido un error, pero estar fuera ahora sería suicida para la economía española. Ésta es una afirmación que compartiría la mayor parte de los analistas que hace unos años se mostraron contrarios a la entrada de España en el acuerdo monetario europeo, entre ellos, quien escribe estas líneas.
Política cambiaria
El principal coste del acceso a la UEM fue la desaparición del tipo de cambio como mecanismo amortiguador de los shocks de oferta o de demanda a los que podría enfrentarse la economía nacional.
En la eurozona, todos sus miembros están sujetos a una política común diseñada y ejecutada por el Banco Central Europeo (BCE). Esto supone asumir que cualquier perturbación les afecta con una intensidad parecida.
Sin embargo, eso no es así porque las economías del área del euro son muy diferentes. Tienen patrones de especialización productiva, tamaños del sector público, regulaciones distintas, etc.
Esto significa que los shocks son asimétricos, es decir, les perturban de manera desigual. En este caso, la modificación de la tasa de cambio es un mecanismo más ágil y eficaz para estabilizar una economía abierta que los ajustes en los precios y los salarios domésticos, salvo que éstos sean de una flexibilidad extrema. La Teoría de las Áreas Monetarias Óptimas ilustra este punto con una extraordinaria claridad.
Si no es hacedero depreciar la divisa, las pérdidas de competitividad originadas por un aumento persistente de la inflación, de los costes laborales, o de ambos, en un país de la eurozona, superior al registrado por sus socios y competidores, o la respuesta a los choques externos se realiza vía cantidades, es decir, con caídas de la producción y del empleo.
Éstas son mayores cuanto mayor es la rigidez de la estructura económica. En esa tesitura se encontró España a partir de 2007, lo que explica el porqué del agudo y rápido deterioro de la economía nacional y del empleo. Para restaurar la competitividad y crecer de nuevo, los costes internos han de subir menos de lo que lo hagan los demás miembros de la eurozona.
Ése es un proceso largo y doloroso si los mercados son rígidos. Después de la reunificación, Alemania tardó una década en realizar ese ajuste y lo hizo mediante un crecimiento de los salarios reales un 10% inferior al apuntado por la media de la zona del euro desde 1995. Portugal no hizo eso, y todavía no ha logrado hacerlo después de diez años de estancamiento.
Política monetaria
La segunda consecuencia de la UEM, ligada a la anterior, es la Crítica Walters, denominada así en honor a su creador, Sir Alan Walters, asesor de Margaret Thatcher entre 1981 y 1989. Su tesis es la siguiente.
Cuando los ciclos económicos de los países integrados en una moneda única no están sincronizados, la existencia de una política monetaria igual para todos produce expansiones y contracciones artificiales de una enorme potencia desestabilizadora.
Así, España debería haber tenido una política monetaria restrictiva cuando comenzó a soportar presiones inflacionarias. En la UEM, eso es imposible por definición. Por ello, la economía nacional disfrutó de un entorno de liquidez inadecuado para su posición cíclica con dos resultados: la acumulación de un diferencial de inflación respecto al núcleo duro de la eurozona y la generación de una enorme burbuja de los activos inmobiliarios.
Costes de la moneda nacional
Dicho esto, una vez dentro de la UEM la salida tendría efectos sociales, económicos y financieros desastrosos. De entrada, si un país la abandonase para recuperar su capacidad competitiva, los inversores internacionales y los agentes económicos internos esperarían una devaluación de la nueva divisa nacional.
En consecuencia, los incentivos de los sindicatos para exigir demandas salariales mayores para compensar la pérdida de valor de la moneda neutralizarían las ganancias de competitividad derivadas de su depreciación.
Al mismo tiempo, los mercados financieros impondrían una prima de riesgo más elevada al estado saliente, lo que agudizaría los problemas de sostenibilidad del endeudamiento público y privado. En el caso de España y en las actuales circunstancias, eso conduciría de manera inexorable a una crisis de deuda terminal y, por tanto, a la suspensión de pagos.
Por otra parte, la reintroducción de la moneda nacional requeriría redenominar todos los contratos, incluidos los salarios de los funcionarios, los depósitos bancarios, los bonos, las hipotecas, los impuestos.
Además ello conllevaría la necesidad de modificar todos los mecanismos informáticos del sistema económico, como los cajeros automáticos, los parking, etc., para ajustarlos a la nueva divisa.
Este proceso sería costoso, llevaría mucho tiempo, exigiría un amplio consenso social y político y, en todo caso, si tuviese éxito, tendría una consecuencia: los inversores sacarían sus capitales de los activos denominados en la nueva moneda, por ejemplo, a cualquier Estado de la UEM, para protegerse de su depreciación.
Esto conduciría a agudizar las restricciones de liquidez de la economía española, a la quiebra del sistema banca-cajas y, por tanto, precipitar al conjunto del país en la bancarrota.
En suma, la hipótesis de salirse del euro es inabordable para España y nuestra expulsión de él resulta impensable, porque el Gobierno del PSOE ha logrado transformar el país en el principal riesgo sistémico para la economía y las finanzas europeas y mundiales.
En este escenario, alguien se verá forzado a rescatar a la Vieja Piel de Toro para evitar que suspenda pagos y, ya lo verán, este movimiento se materializará en un espacio temporal no muy lejano.
Lorenzo B. de Quirós, miembro del Consejo Editorial de elEconomista.